REGRESO
Una aurora de rosados
dedos empezaba a bañar con una luz tenue y mortecina los restos del santuario.
Algunos pájaros habían empezado a trinar saludando al nuevo día. El viento frío
mecía la hierba y la corriente del cercano arroyo mecía el musgo en su interior.
El soldado dio la
vuelta y encaró el pueblo bajando por la ladera de la colina. Pronto ganó las
primeras ruinas y enfiló la calle que llegaba hasta la plaza. La recorrió con
parsimonia, paseando, observando y oliendo el espectáculo que la guerra ofrecía
a cualquiera que se detuviese a contemplarlo.
En la plaza el gran
roble seguía sirviendo de apoyo a la cuerda de la que pendía un ahorcado, que
el viento mecía con un absurdo movimiento pendular. El soldado prosiguió
caminando, y al llegar a la altura del ahorcado, sin siquiera mirarlo, sujetó
al pelele por una rodilla y lo dejó quieto.
En el otro extremo de
la plaza nacía una calle en cuya acera derecha había un montículo de escombros
que casi ocultaban un cadáver de lo que parecía haber sido una mujer en tiempos
mejores. Sólo tenía un ojo abierto pues la mitad de su rostro había
desaparecido dejando al descubierto los huesos del cráneo y una cuenca vacía.
Le faltaba la mano derecha, que había sido arrancada a mordiscos por alguna
fiera y la superficie de su estómago descendía en una curva obscena merced a
que sus entrañas habían desaparecido por un horrible desgarro en el flanco
izquierdo.
El soldado se
acuclilló a su lado y cerró el ojo que le quedaba. De la nada hizo aparecer una
flor blanca y tras observarla un instante se la dejó en el regazo y se levantó.
Se marchó sin mirar atrás. No merecía la pena.
Con sus armas al
hombro se encaminó hacia el Este. Llevaba tiempo pensando en volver allí. Años
atrás y desde la distancia había sembrado las semillas de una guerra
devastadora que habría de estallar en el Este en pocos meses. Sería una guerra
recordada de una forma especial por su grandeza, su injusticia y su virulencia
y no quería perdérsela. Ahora menos que nunca, porque ahora más que nunca, era su
labor.
Y él era bueno en su labor.
Sevilla, 04 de
Enero de 2007
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