martes, 28 de octubre de 2014

La clave de bóveda 7/7

REGRESO

Una aurora de rosados dedos empezaba a bañar con una luz tenue y mortecina los restos del santuario. Algunos pájaros habían empezado a trinar saludando al nuevo día. El viento frío mecía la hierba y la corriente del cercano arroyo mecía el musgo en su interior.

El soldado dio la vuelta y encaró el pueblo bajando por la ladera de la colina. Pronto ganó las primeras ruinas y enfiló la calle que llegaba hasta la plaza. La recorrió con parsimonia, paseando, observando y oliendo el espectáculo que la guerra ofrecía a cualquiera que se detuviese a contemplarlo.

En la plaza el gran roble seguía sirviendo de apoyo a la cuerda de la que pendía un ahorcado, que el viento mecía con un absurdo movimiento pendular. El soldado prosiguió caminando, y al llegar a la altura del ahorcado, sin siquiera mirarlo, sujetó al pelele por una rodilla y lo dejó quieto.

En el otro extremo de la plaza nacía una calle en cuya acera derecha había un montículo de escombros que casi ocultaban un cadáver de lo que parecía haber sido una mujer en tiempos mejores. Sólo tenía un ojo abierto pues la mitad de su rostro había desaparecido dejando al descubierto los huesos del cráneo y una cuenca vacía. Le faltaba la mano derecha, que había sido arrancada a mordiscos por alguna fiera y la superficie de su estómago descendía en una curva obscena merced a que sus entrañas habían desaparecido por un horrible desgarro en el flanco izquierdo.

El soldado se acuclilló a su lado y cerró el ojo que le quedaba. De la nada hizo aparecer una flor blanca y tras observarla un instante se la dejó en el regazo y se levantó. Se marchó sin mirar atrás. No merecía la pena.

Con sus armas al hombro se encaminó hacia el Este. Llevaba tiempo pensando en volver allí. Años atrás y desde la distancia había sembrado las semillas de una guerra devastadora que habría de estallar en el Este en pocos meses. Sería una guerra recordada de una forma especial por su grandeza, su injusticia y su virulencia y no quería perdérsela. Ahora menos que nunca, porque ahora más que nunca, era su labor.

Y él era bueno en su labor.






Sevilla, 04 de Enero de 2007

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