jueves, 23 de octubre de 2014

La calve de bóveda 3/7

APOCALYPSIS

La llanura era vastísima y la vista se perdía entre el océano de hierba verde y fértil que la tapizaba. El aire era tibio y perfumado por las miles de flores que salpicaban la pradera. El cielo era rosado cerca del horizonte, y se iba oscureciendo progresivamente pasando por todos los tonos del morado y el azul hasta la más completa oscuridad del cenit. Y en la superficie, los dieciséis rumbos posibles de una innecesaria rosa de los vientos conducían indefectiblemente hacia un horizonte plano donde el verde se fundía con el azul, pues a aquél lugar adimensional era imposible llegar y del que no existía salida, simplemente se estaba o no se estaba.

Justo en medio de aquella extensión había un pequeño lago de aguas frías y turquesas siempre en calma. En el centro del lago aparecía un templete. Y dentro del templete había un podium, donde se erguía una pequeña columna rematada por un bello capitel, ambos del más blanco mármol, que servía de atril a un antiguo libro, el libro de la creación, el libro de la vida. Aquel lugar era llamado la Gloria.

El libro era grande y pesado, de hojas amarillentas y pastas oscuras que se cerraban con un broche dorado sobre la cubierta. Cuando la divinidad pensaba crear algo lo escribía en sus hojas blancas para dotarlo de esencia y cuando decidía crearlo simplemente leía lo escrito, para añadir substancia a la esencia y dar a luz una nueva realidad. Solamente la divinidad tenía el privilegio de substanciar realidades mediante la pronunciación del seráfico, era su privilegio, por ello los serafines, los más próximos a ella la llamaban el Verbo.

Samael nadaba por el aire apenas rozando con la punta de los pies las briznas más altas; el aire movía su cabellera negra, como sus ropas, y sus ojos verdes reflejaban brillos rosados de un horizonte inalcanzable. Había estado en aquél lugar cientos de miles de veces y aún le sorprendía la serena y sobria belleza que lo rodeaba. Le gustaba estar allí; allí disfrutaba de la paz más absoluta, todo quietud, todo profunda reflexión. Pero aquella vez era distinta. Lo notaba en la luz, lo notaba en el agua y en la hierba, algo… diferente.

Se acercó a la orilla y con gran delicadeza susurró a las aguas, quienes llevaron su mensaje hasta el templete. Una suave brisa sopló a su espalda y sintió cómo era transportado hasta el centro del lago y era depositado dulcemente en el primero de los tres escalones por los que se accedía a la zona cubierta de la estructura, un escalón a ras de agua. Los subió y esperó al pie del podium a que se le permitiera hablar.

Quien leía sobre el estrado era un niño, apenas un joven, de cabello alborotado en negros rizos, piel clara y unos insondables ojos grises que podrían ser de todos los colores y de ninguno al mismo tiempo, unos ojos ancestrales que lo miraron con una dulzura infinita. El niño no tenía sombra, nunca la había tenido pues era todo él de una tenue luz dorada. Le dijo:

– Llegado es el día en que hemos de completar lo creado y hemos venido en decidir que ha de ser en tu persona en quien se cumpla. – Hablaba con una voz suave, como un arrullo, como una caricia en lo más íntimo del alma.

– Tu sola voluntad es el motor de mi existencia. Haz de ella lo que plazca a tu sabio corazón. – Dijo Samael con contenida expectación.

– Vemos que pronto los hombres se elevarán por sexagésimo sexta vez sobre las demás criaturas y sus almas Nos buscarán, ansiosas por conocernos.

– Hace mucho que sabíamos que esto sería así y me alegra que les halla llegado el momento. Todo está dispuesto para que comiencen a caminar hacia la luz.

El niño sonrió y asintió con la cabeza. Durante largo rato permaneció en actitud pensativa, mientras Samael lo observaba con expectante respeto. Finalmente el Verbo dijo:

– Es bueno que así sea. Ya muchas veces el ciclo se ha completado de forma perfecta y así quisimos que fuera. Pero hemos ideado un nuevo camino, a cuyo final solo se podrá llegar mediante la senda del don.

– ¿Acaso hay otra?. – Preguntó Samael, casi divertido por lo obvio del razonamiento.

– Cierto es que no, y eso es lo que vamos a cambiar. Daremos a los hombres la libertad de elegir.

– ¿Libertad?, ¿elegir?, no existe alternativa natural al don, a ti. No te comprendo. – Inquirió extrañado.

– No Nos comprendes porque no conoces. Siéntate aquí y escúchanos atentamente – le respondió el niño al tiempo que se sentaba en el primer escalón y sumergía las piernas en el agua. Samael hizo lo propio. Sus cuerpos no perturbaron la superficie del agua al atravesarla. – Cuando substanciamos todo lo que en la naturaleza es, lo hicimos bajo la premisa de la dualidad y así habría días y noches, inviernos y veranos, cielos y tierra, fuego y agua, veneno y antídoto. Todo lo que los hombres veían, todo lo que disfrutaban, todo lo que les rodeaba encontraba su contrario en la naturaleza. Todo menos el don, no había contrario para el don, no había alternativa.

– Pero es que no existe alternativa para el. El don nació de ti y es el bien absoluto – exclamó Samael perplejo.

– Paciencia, paciencia. Déjanos seguir y lo entenderás – respondió el Verbo entre sonrisas. – El don tendrá su contrapeso en la naturaleza para que los hombres aprendan a valorarlo, pues hasta ahora todos lo han aceptado abiertamente más por desconocimiento involuntario que de una forma consciente. Hemos substanciado un nuevo sentimiento, para los hombres y para todos vosotros y así valoraréis aún más lo que desde hace tanto venís gozando. A partir de este momento llamaremos al don amor y a su contrario maldad y los hombres deberán elegir cual de los dos será el principio rector de sus acciones, pues con esta nueva dualidad las aguas ya nunca volverán a estar en calma. – Y acercando su dedo índice a la superficie del agua atrapó una gota en la yema, elevó el brazo y dejó caer la gota. Al instante se formaron en la superficie unas suaves ondas que se fueron expandiendo en círculos hasta que, perdiendo fuerza, desaparecían. – Los hombres deberán saber que a partir de ahora sus acciones serán como el agua, una gota de amor producirá ondas benéficas al ciento por uno, pero una gota de maldad las habrá de dar de sí misma.

Samael comprendió las razones del cambio planeado. Era un cambio dramáticamente inteligente.

– Hemos creado la maldad pero necesitamos de alguien que la lleve hasta los hombres, que se la revele, que les susurre al oído un camino diferente al ya estudiado para que puedan elegir, para que sean realmente libres. Necesitamos un ser de gran inteligencia y poder para que le sea posible manejar el fuego sin quedar abrasado. Samael, tú eres el primogénito entre los primogénitos, el más válido, tú eres el más perfecto de todos los ángeles, te necesitamos a ti. – El Verbo hizo una pausa para que Samael fuera asimilando lo que se le pedía, el gran esfuerzo que tendría que hacer en su nuevo cometido. – Escúchanos atentamente ahora, hijo nuestro. Tú has de ser quien cargue este peso, tú serás quien lleve el odio y la iniquidad a la humanidad, tú quien propague la peste del mal entre los hombres. Tú serás nuestro reflejo en el espejo, tú serás el reverso de la moneda, pero al tiempo, en el plan de la creación tú serás la clave de bóveda y juntos mantendremos su estructura a través de los eones.

Samael quedó atónito, aterrado, acobardado y serio. Él amaba a los hombres, los había visto crecer como especie durante más cientos de millones de siglos a través de las edades y los ciclos de los universos.

– El honor que me haces va más allá de toda medida pero la carga es aún mayor. Con una sola palabra tuya podrías hacer realidad tus pensamientos y así yo no sufriría. No estoy seguro de desear este papel en el nuevo orden.

– Si vamos a imponer a los hombres esta libertad tan dura siendo ellos tan imperfectos, lógico y necesario es que entre nuestros hijos hagamos lo propio siendo ellos mucho mejores en todos los niveles. Pues bien, Nos proponemos dar a los hombres el más alto ejemplo con nuestra más alta criatura. – Y añadió de manera taxativa – Tu posición no tiene salida, pues si no asumes esta misión caerás en la desobediencia y si cumples con ella sembrarás el mundo de calamidades. Esta es, pues tu primera lección: debes aprender a dominar el mal o él te dominará a ti.

Samael cayó por largo tiempo en profunda reflexión. Su corazón era presa de los más encontrados sentimientos. Aquella era una sensación nunca antes vivida y no le gustaba, pero el niño le había dicho la verdad, no había salida.

– Acepto tu mandato, pues si tu voluntad es llevar la nueva vía a los hombres ¿quién soy yo para negarla?. – y bajando la cabeza claudicó.

– Así debe ser, Samael. Cuando los hombres hagan el mal acudirán a ti, te buscarán como fuente del anti-don y serás odiado por tu gran poder pues nadie que te busque te amará sinceramente; asimismo te odiarán los que recorran el camino del amor, pues serás tú quien aparte a los suyos de esa senda. – El Verbo se giró y levantó la cabeza de Samael tomándolo por la barbilla hasta que sus ojos se encontraron en un remolino verde y gris. – Pero Nos hemos de velar por ti pues has aceptado de corazón el sacrificio. Sacrificamos a nuestro hijo más querido para que el hombre gane la libertad. Y en verdad te decimos que nuestro agradecimiento para contigo será infinito cuando se agote la arena del reloj de los tiempos.

El Verbo se levantó y subiendo peldaños y podium llegó hasta el libro. Una vez arriba hizo un gesto hacia Samael indicándole que subiera a su lado, lo cual hizo con ánimo abatido y al borde de las lágrimas, pues no sabía muy bien cómo pero tenía por cierto que nunca volvería a ser el mismo cuando volviera a bajar. Ascendió y se situó frente a él, al otro lado del libro. La Divinidad le dijo que el honor que le hacía era grande, pues ninguna criatura había asistido nunca a la génesis de ninguna realidad del universo, ya que, cuando creaba las realidades lo hacía en soledad para que ni siquiera una mínima parte de la esencia del testigo pudiera contaminar la nueva forma, pero que en este caso Samael se había ganado sobradamente el derecho a asistir al nacimiento de lo que debería ser parte de su naturaleza en adelante.

Una vez hubo hablado, abrió el libro por la primera página en blanco tras las demás escritas y permaneció en un silencio reflexivo durante unos segundos. Finalmente se dispuso a crear la esencia del nuevo sentimiento. Para ello apoyó su mano izquierda sobre el capitel y adelantó su brazo derecho con los dedos extendidos y la palma hacia abajo sobre la página en blanco hasta que mano y papel se encontraron a tan solo unos milímetros de separación. Y entonces pensó en la maldad. La bella luz rosada del horizonte fue bajando de intensidad y la oscuridad del cenit se apoderó rápidamente de todo el cielo. Hasta las estrellas dejaron de lucir. Y en mitad de aquellas tinieblas Samael contempló atónito el misterio del nacimiento de las nuevas realidades, viendo cómo el espacio entre mano y libro se iluminaba con una pálida luz dorada que fue creciendo mínimamente de intensidad merced a la voluntad de Verbo. Una vez diseñada la idea, éste apartó la mano, que fue dejando tras ella estelas doradas en el aire y con una voz misteriosa y profunda le dijo “He aquí la esencia de la nueva criatura”. Inmediatamente sobre el papel en blanco se fueron formando unas líneas como minúsculas serpientes de la misma luz dorada que palpitaban vida, se retorcían, se dilataban y se contraían en un baile caótico mientras quemaban el papel escribiendo a fuego en su superficie el nombre del nuevo sentimiento en caracteres seráficos. Una vez completada la escritura, tan pronto como aparecieron, las líneas luminosas se desvanecieron en el aire.

El corazón de Samael estaba henchido de gratitud y asombro ante el milagro de la concepción y era incapaz de apartar la vista de aquellos símbolos que nadie había contemplado nunca, pues los ángeles no necesitaban de un lenguaje escrito. Pero al tiempo, la misma esencia desprendía una emanación perversa que oprimía el aire en torno al libro y doblegaba su ánimo, ya que, toda la perversidad que luego habría de recorrer el mundo se encontraba concentrada en una sola y pequeña palabra de delicados contornos.

– Has asistido a la concepción, pero el nacimiento es diferente, hijo nuestro. Apóstate a nuestra espalda, pues cuando esta criatura salga a la luz será poderosa y ni tú mismo quedarías indemne de un encuentro cara a cara, Nos seremos tu escudo. – Le señaló el Verbo, y un Samael atemorizado corrió hasta el lugar y pegando su espalda a la divina, cerró los ojos y esperó.

Acto seguido, el niño posó una mano sobre cada página del libro e inclinándose hasta casi rozar la frente con el papel, susurró el nombre de la esencia en el lenguaje de los ángeles. Las letras empezaron a moverse, retorcerse, constreñirse y calentarse hasta que hirvieron y de ellas emanó un humo blanco que subió lentamente en espiral hasta formar una pequeña nube sobre el libro, quedando entonces las letras de nuevo en forma inerte. El Verbo se incorporó y tras ordenarle “Ve”, sopló, y una brisa se fue llevando el humo hasta dispersarlo por el aire, que recuperó su luz y color habitual. Entonces se volvió.

Samael permaneció como estaba y notó cómo el creador posaba las manos sobre sus hombros mientras le decía:

– Está hecho. Gran parte de la esencia salida del libro se ha fundido con la tuya. Para que aprendas a dominarla era primordial que fuera parte de ti mismo y así lo hemos dispuesto. Aquí comienza tu nuevo camino Samael. En adelante tus hermanos te repudiarán, no por odio, pues no lo conocen, sino por la impureza que ha anidado en tu interior. Serán tus enemigos y te combatirán, así debe ser, es el nuevo orden. – Las lágrimas corrían por las mejillas del ángel maldito, que bajó la cabeza y a través de sus párpados y sus ropas observó tatuado en el centro de su pecho un símbolo negro de extraña apariencia y sinuosas líneas, el que habría de convertirse en su estandarte, un círculo asaeteado por un aspa con cada uno de sus cuatro extremos atravesados, que simbolizaba sus dos naturalezas opuestas, el amor y el dolor, pero unidas en el plan divino. Y observó como un anillo de negra obsidiana y extraño diseño se enroscaba alrededor de su dedo anular derecho. El creador posó su mano derecha sobre la cabeza del ángel y prosiguió – Ahora ve, enfréntate a ellos y pierde la batalla. Y serás derrotado porque no te permitiremos usar a “Justicia”, aunque habrás de conservarla como muestra de que aun estando contra Nos, sirves a nuestra causa. – Acariciando la cabeza de su hijo, prosiguió – Te hemos dotado de un lugar como este, fuera del espacio y el tiempo para que aprendas a conocerte, un refugio al que puedas acudir una vez que tu caída se haya consumado, un retiro necesario que será tu reino, haz de el lo que quieras. – Hizo una pequeña pausa y añadió con voz incontestable – Te ordenamos partir, hijo nuestro, Samael, pues ya eres Lucifer, la estrella de la mañana y la luz de las estrellas nunca se observará junto a la del Sol. Déjanos ahora.

– Pero de esta forma me condenas a no volver a verte, ¡no me pidas eso!, haré todo lo que quieras pero no me apartes de tu lado, ¡sin ti yo no soy nada!

– Debe ser así, nuestro querido serafín, solo con tus propios medios debes conocerte, Nos no debemos interferir.

Samael no pudo decir nada, las palabras no alcanzaban a expresar una mínima parte de lo que le creía dentro. Por toda contestación se sacudió las manos del creador de un manotazo y bajó los escalones. Atravesó el lago casi rozando las aguas pero salpicando y creando miles de ondas con cada paso. Al verlo alejarse el Verbo reflexionó “Ya ha comenzado, he aquí ante Nos el mal hecho criatura”.

Al llegar a la orilla, Samael se volvió con los ojos arrasados en lágrimas y una mirada turbia de puro odio concentrado. Nunca hubiera creído que podría hacer ese desplante a su padre, a su amigo, a su propio corazón, pero él mismo le había cargado con el mayor peso que soportaría nunca criatura alguna. Debía aprender pronto a sobrellevarlo, a dominarlo y sacarle provecho o se consumiría en su propio fuego. Desde el templete en el centro del lago le llegó alta y clara una voz como de miles de niños que a coro le dijeron “No olvides Lucifer que Nos somos el principio rector”. Y Samael quiso por última vez dirigir una súplica amorosa a quien había creado su esencia y realidad, pero su voz le traicionó y de su boca salió un sonido en forma de grito hosco, duro, áspero y nocivo que dijo:

- Acuérdate de mi, Elohim - y mentalmente añadió - por piedad - y dando la vuelta corrió llorando de odio y amor para enfrentarse a su destino.


El Verbo, desde el templete lo observó alejarse y pensó “Cómo podríamos olvidarte”. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

La clave de bóveda 2/7

CRIPTA

El soldado llegó al límite de las casas, allí donde comenzaba un pequeño prado que iba ligeramente cuesta arriba y al final del desnivel se encontraba la mole maciza y ruinosa del santuario. Se trataba de un complejo circular en el que antaño se alzaban varias edificaciones pertenecientes al culto divino, entre ellas las dependencias del clero, las salas de acogida de peregrinos, las zonas de aprovisionamiento y abastecimiento consistentes en almacenes, aljibes, una pequeña huerta y varias estancias subterráneas. Algunos restos quedaban aún del gran espacio a cielo abierto en el que una vez al año se celebraba el rito de la renovación de la alianza de la divinidad con el hombre, y sobre todo aquel conjunto, en su mismo centro, desde donde de forma radial partían las calles que cohesionaban el santuario, se alzaban imponentes las ruinas de un antiquísimo templo. De este sólamente quedaban algunas columnas y en algunas zonas el arranque de unos muros de fría piedra, así como el enlosado de un suelo que en tiempos mejores habían sido hollado por las pisadas de los más poderosos señores de la Tierra, se había deleitado con músicas imposibles y había recibido la suave caricia del incienso en las dulces noches de la primavera.

El soldado paseó por la hierba que cubría buena parte del conjunto, dejando caer su mirada aquí y allá, como reconstruyendo en mitad de la actual desolación un pasado glorioso extinto hacía mucho. Había sido un importante lugar de veneración durante siglos pero otras guerras hacía ya tiempo habían devastado la comarca, su gente y su antigua fe. El militar se acercó al templo y subiendo tres escalones se internó en el laberinto de baldosas sueltas y esquinas rotas que era el piso del templo; los intersticios habían sido tomados en justa reconquista por la vegetación, que ahora se alzaba tímidamente triunfante en aquel mar de piedra lisa. Justo en la cabecera del templo se encontraba la entrada a una cripta, cuna y génesis del templo y santuario todo, pues desde el inicio de la humanidad aquél había sido un lugar sagrado. El soldado bajó los desbastados escalones, lentamente, como alguien que sabe hacia donde va pero entiende que ya le es ajeno, disfrutando de un doloroso placer difícil de explicar.

La cripta era grande y majestuosa, pero una vez dentro, cualquier parecido con un lugar sagrado hacía tiempo que había dejado de ser apreciable, pues estaba sucio de polvo, con gigantescas telarañas, y gracias al derrumbamiento parcial en algunos tramos del techo de la nave media entraban la luz azulada de la Luna y la lluvia. El suelo estaba grotescamente inclinado, dando a aquel espacio una pendiente que había facilitado la formación de un gran charco en la zona derecha conforme se bajaban los escalones, y sobre el que con lento y doloroso llanto caía una gota tras otra en decadente canción. Había escombros del derrumbe por todas partes y el viento entraba a raudales con un rumor lastimero y tenebroso. Y hacía frío.

El soldado paseó por las capillas laterales apenas iluminadas por la tenue luz lunar que daba misteriosa y grotesca apariencia a las figuras de los capiteles. Las paredes se encontraban cubiertas de delicados relieves y sus figuras, que talladas hacía milenios por los mejores maestros canteros, ejercían de silenciosos guardianes de la nada. Al soldado se le vinieron a la mente unos versos oídos hacía mucho tiempo.

El altar se componía de un sólido pie de piedra que aguantaba como un Atlas una gigantesca roca horizontal de la longitud de dos hombres y el grosor de uno. Se contaba que esa roca había estado allí desde el comienzo de los tiempos y que se la eligió como altar por ser sobre ella, donde la divinidad misma se había aparecido a los primeros pobladores de la comarca. El soldado dejó sus armas en un capitel desprendido, descubrió su cabeza y en mitad de aquel frío, aquellas tinieblas y aquel rumor del viento ascendió los tres peldaños que elevaban el altar, y separando los brazos se apoyó en el frontal de la piedra y hundió la cabeza entre los hombros, quedando entonces mirando hacia abajo.

En este estado permaneció largo rato; los recuerdos y las sensaciones se agolpaban en su mente como si alguien pudiera leer multitud de libros al mismo tiempo. Recordó muchas de las actividades a las que se había dedicado en su vida, muchas. Había sido responsable de cosas que le habrían revuelto las tripas incluso al más infame de los hombres. Pero en el fondo era en la guerra en la que se sentía liberado de todo. Nadie le reprochaba que hiciera su labor con una espantosa y fría eficacia, con una carencia de sentimientos casi inhumana. Porque era bueno en su labor. Recordó decenas de guerras, cientos de armas, miles de batallas y millones de muertes, todas iguales y todas diferentes. Si, la suya había sido una vida plena de gozo fúnebre y galope desatado de los instintos humanos más primarios. Muy pocos habían conseguido ganarse un mínimo de su respeto pero nadie había alcanzado su posición, ni de lejos. Si, la suya había sido una buena vida, y lo que aún estaba por venir, o eso quería creer, pues no había pasión en lo que hacía, simplemente, fría y mortal eficacia.

Se incorporó. Suspiró. Se le ocurrió practicar un pequeño juego al que hacía ya mucho que no jugaba y sonrió. Se arrodilló, cruzó las manos sobre el pecho, cerró los ojos y reclinando la frente contra la fría piedra del altar, entonó una oración. Estaba pensando que aquello lo recordaba más divertido cuando en su mente se dibujó una duda muy poco divertida, ¿sería realmente un juego, una broma, o una necesidad que surgía desde lo más profundo, una necesidad más grande de lo que estaba dispuesto a reconocer incluso ante sí mismo?, pero en mitad de aquel silencio ninguna respuesta le vino a socorrer. Silencio. Hasta que…

- Tu carencia de respeto no conoce límites. - Susurró una voz a su derecha.

El soldado no se inmutó. Siguió con los ojos cerrados, apoyada la frente y arrodillado. Conocía aquella voz perfectamente aunque hacía un océano de tiempo que no la oía, desde su primera batalla, lejos en el espacio y lejos en el tiempo. Era una voz bella, nítida, pausada y bien modulada que le había hablado en un lenguaje arcano, secreto y prohibido, no oído en la tierra desde hacía cientos de miles de años.

La voz pertenecía a un hombre de edad indefinida que se hallaba sentado e incorporado hacia delante en un viejo capitel desprendido de su columna justo en el borde de la penumbra, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, el brazo izquierdo sobre el regazo y la palma libre apoyada en el mentón. Tenía la piel mínimamente bronceada, el largo pelo azabache le caía en melancólicos tirabuzones sobre los hombros, sus ropajes negros estaban inmaculados pese a la suciedad que lo circundaba. La boca dueña de aquella voz era un sensual lecho de finos labios rojos enmarcados en un rostro de facciones perfectas en medio del cual dos ojos de un verde profundo observaban la escena, en parte curiosos y en parte precavidos. Y añadió:

– Francamente, se me escapa por qué haces esto. Si lo haces de veras, ya debes saber que no existe en el universo perdón para ti, y si es alguna especie de broma, resulta de un gusto pésimo.

Con gesto elegante y femenino escondió un mechón de pelo que colgaba sobre su ceja tras la oreja; se levantó y echó a andar en dirección al altar. Lo hizo lentamente, y aunque sus pies apenas rozaban el suelo incomprensiblemente no dejaban huellas en el polvo que cubría las piedras de la solería. Se acercó al soldado y descansó su mano sobre el hombro sucio del militar diciendo:

– Dime que pretendes. Puedes iniciar y ganar miles de guerras para ellos pero la tuya está perdida desde aquel día en que decidiste abandonarnos. Yo te apreciaba más que a ninguno de los otros, eras mi hermano, mi gemelo. Todos te querían y respetaban, eras el modelo de comportamiento para miríadas de criaturas perfectas. Me causaste un dolor infinito cuando me obligaste a luchar contra ti Samael. Ahora solo me queda la pena y la añoranza de un pasado feliz que no ha de volver nunca.
Se separó del soldado y dio la vuelta al altar de manera que quedaron enfrentados por la piedra. Samael se levantó; suspiró y abriendo sus ojos, también verdes, entonó en la misma lengua olvidada que había usado el joven lo que parecía una letanía.

– Se mostró la Gloria ante mis ojos …

– ¡Silencio caído! - Dijo el joven repentinamente airado y exaltado, a voz en grito - Él mismo te expulsó de la Gloria. Tienes vedado hablar en nuestra lengua. Tus hermanos te prohibimos el seráfico en el momento de tu destierro.

Entonces el soldado sentenció con un tono frío y tranquilo, pero de una contundencia feroz:

– Muchas veces lo he hablado en soledad desde aquél día sin que Él me haya amonestado y te aseguro por lo que tengas más sagrado que ni tú ni todas tus cohortes podréis impedirme hablar en la lengua en la que vine a la luz. – le espetó.

– ¡Te prohíbo que hables de sagrado en mi presencia, impío!. Probarás mi fuego si no refrenas esa lengua venenosa con la que tanta muerte has sembrado.

– ¿Me amenazas, Azael?, ¿acaso se te ocurre enfrentarte a mí sin su orden expresa ni el apoyo de los tuyos? – Samael miró fíjamente al joven con los ojos envueltos en la llama de una pasión devastadora y añadió quédamente - No me tentarás; te destruiría con solo desearlo. Venciste porque Él luchaba a tu lado; recuerda que yo era el primogénito entre los primogénitos. Tú sólo no eres rival para mi.

Durante unos minutos todo quedó en silencio mientras ambos se miraban fíjamente. Aunque todo era calma sus voluntades se escrutaban midiendo al oponente. Un golpe de viento entró por la bóveda agujereada y con él la luz de la luna que iluminó aquel altar que se había convertido en frontera natural entre dos mundos. Samael volvió la vista hacia la piedra, de la que la luz lunar sacaba mínimos brillos azulados y sonriendo, rompió el silencio con un susurro.

- Admiro tu dedicación, Azael. Ahora ocupas el más alto puesto reservado a criatura alguna y lo haces bien, eres la llama abrasadora y el agua vivificante. Toda una existencia comprometida al servicio y al sacrificio, sin preguntas, pura pasión. – Se detuvo un instante y clavó sus pupilas esmeralda en las pupilas gemelas del joven. – Pero recuerdo bien algo. Yo mismo te expuse mis dudas y cuestiones a su voluntad, te las razoné, te di argumentos sólidos sobre los que estuvimos conversando más de mil años mortales, te tenté, ¿lo recuerdas tú?. Eras reacio, echabas abajo mis razones una por una con el discurso claro y limpio del que debe hacerlo, pero ¿era sincero o era necesario?. – Y añadió lacónicamente, – Estoy seguro de que fue lo primero, pero … por un momento, un fugaz instante fuiste mío, no lo puedes negar, te conozco demasiado bien. – Suspiró. – ¿Lo sabe Él?, seguro que sí. ¿Nunca te ha dicho nada?, seguro que no. Pero llegará. Lo sabe todo, todo lo juzga, puede que tarde pero llegará. Te condenará por una duda tan fugaz como un latido.

Azael seguía en silencio. Las palabras de Samael habían hecho una pequeña mella en la formidable armadura de su voluntad y aunque era mínima, no estaba acostumbrado a ello, solo lo había sentido otra vez en toda su existencia, estaba confuso. Dio un paso atrás y acercó su mano derecha a su cadera izquierda, agarró el aire y tiró despacio. En su mano se materializó una brillante empuñadura de obsidiana de finas líneas e increíble belleza. Tras ella, lentamente fue apareciendo acompañada de un agudo sonido una hoja hecha de fuego, de trémulas llamas azuladas y blancas, un fuego frío y abrasador al tiempo. La luz de la espada formidable iluminó todo el altar al tiempo que Azael blandía su arma ante los ojos precavidos de Samael, y le dijo:

– ¿Recuerdas a “Castigo”?. Seguro que sí. Tú mismo la forjaste y ella misma te hizo caer de lo más alto; yo mismo te la arrebaté en tu caída y la renombré, dándole parte de mi esencia; ni siquiera eres digno de pronunciar su anterior nombre; fue el último retazo que viste de la gloria mientras la tiniebla empezaba a rodearte. Desconfío de ti, Diablo, no irás más allá esta noche pues he venido para exiliarte por segunda vez, y ésta habrá de ser definitiva. – Dijo; agarrando la empuñadura con ambas manos apuntó hacia el soldado y añadió de forma incontestable – En su nombre te conmino a que abandones este lugar sagrado, a que dejes el mundo de los hombres y vuelvas al abismo, donde has de pudrirte en soledad desde esta noche. Mis legiones están prestas a cumplir este mandato y en esta ocasión no habrá cuartel para ti, Lucifer, mala estrella.

– En su nombre dices, ¿seguro que es así?, yo creo que nunca te daría la orden de eliminarme. Tú no comprendes el plan divino, nunca lo has hecho. Apuesto a que está terriblemente disgustado por este arranque tuyo de propia iniciativa que no conduce a nada. – Se pasó la mano por el cabello con aire indiferente mientras miraba fijamente a su interlocutor y prosiguió – Si, es cierto, solo tú y Él podríais hacerme daño, mucho, pero tú solo no acabarías conmigo pues fuiste el segundo, yo permanecí con el Verbo mucho tiempo a solas antes de que tú fueras substanciado, y aprendí y participé de su poder, de modo que piensa detenidamente lo que dices, pues el mejor resultado que conseguirías enfrentándote a mi sería un empate vergonzoso.

No bien había acabado de decir esto cuando a espaldas de Azael aparecieron cuatro figuras con ropajes tan negros como los suyos, todos con los ojos azules, y el cabello largo, aunque cada uno lo tenía de un color, negro, rubio, pelirrojo y castaño. Los cuatro portaban espadas de empuñadura de marfil y llamas tan azules como la de Azael. Él mismo había forjado aquellas cuatro espadas para ellos. Eran la Guardia de la Llama.
Por toda contestación Samael, sonrió, y poco a poco fue riendo, hasta llenar la cripta con siniestras carcajadas que hicieron huir con vuelo intranquilo a algunas palomas que dormitaban en los nervios del techo. Una vez calmado recordó con una punzada de melancolía que el Padre le había dado el apodo de “Luciferarius”, el portador de la luz, apodo que había pasado a ser “Lucifer”, la estrella de que anuncia la noche, la noche del alma.

– Ira. Miedo. Extraños sentimientos para un ser como tú. Jamás hubiera dicho que volvería a verte airado y atemorizado pero eso ya no es nuevo entre nosotros, ¿cierto?. – Samael le dio la espalda y bajó los tres escalones. Una vez allí susurró – ¿Sabes lo que escribieron los hombres sobre aquella vez?, si, claro que lo sabes: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos”. Nos llamaron de otra manera y yo no tuve ni tengo ángeles, estoy solo, pero captaron la esencia de lo sucedido. ¿Acaso quieres repetirlo hoy, aquí?

– También tú sabes que está escrito: “¿Cómo has caído del cielo astro rutilante, hijo de la aurora, has sido arrojado a la tierra, tú que vencías a las naciones?, tú dijiste en tu corazón: el cielo escalaré, por encima de las estrellas de Dios elevaré mi trono. Por el contrario, al She'ol has sido precipitado.” – Y añadió en tono lacónico – Si se repitiera la batalla ten por seguro que el resultado sería diferente, esta vez arrasaríamos contigo y no podrías seguir apartando a los hombres del camino de la luz.

– Puede que fuera así, pero habría que verlo. Y por cierto, para que veas lo mucho que te amo todavía te revelaré algo que sé que tu corazón anhela saber desde aquel día ya tan lejano.

– Nada tienes que yo pueda querer. Eres el reverso de la moneda, el reflejo en el espejo, ya no eres parte de nosotros, ya no.

– Eso es muy cierto, pero ¿recuerdas a “la que fue perdida”?, ¿recuerdas a “Justicia”?

Azael frunció el ceño en signo de desconfiada interrogación y lo miró expectante. Aquello no era posible, era inconcebible; no tenía sentido que Samael supiera donde estaba “Justicia”, pues sólamente había existido una espada forjada por la divinidad misma, nacida de su propia esencia, aquella que correspondía al alto mando de las legiones celestiales. Su poder era tan alto que el Padre advirtió de su uso a Samael, quien de forma muy prudente la mantuvo siempre envainada y fuera del alcance de cualquiera. Cuando la espada primordial era desenvainada, a su alrededor se detenía el tiempo.

En su lugar, Samael había forjado su propia arma, una bellísima espada en la que había puesto su corazón y toda su sabiduría, una forja que le había llevado más de tres mil años. El triste día de la batalla, el Padre mismo prohibió a Samael usar a “Justicia” y este luchó blandiendo a “Castigo”. Tras la derrota de su alma gemela, Azael se convirtió en el portador de la llama azul, como le correspondía por ser el nuevo alto mando. Desde entonces nunca nadie supo que había sido de “Justicia”, pues se creía, y con muchos fundamentos que la propia divinidad había vuelto a custodiar el arma que forjara.

Samael repitió el gesto del joven y llevó su mano derecha a su cadera izquierda, tomó aire, agarró fuertemente la nada y tiró. Y poco a poco fue surgiendo una forma negra y brillante, una empuñadura casi gemela a la de “Castigo”. Tras ella y entre extraños susurros de graves voces imposibles fue apareciendo una hoja ígnea de llamas doradas, rojas y anaranjadas que se retorcían y mecían como si las agitara una brisa inexistente.

El viento se detuvo y con él la hierba, las nubes no avanzan por el cielo, un cielo en el que los murciélagos habían quedado petrificados en mitad de su vuelo y la enésima gota de agua quedó suspendida a medio camino de estrellarse contra el charco de la cripta. El tiempo se había detenido. Cuando la hoja estuvo totalmente desenvainada su luz iluminó toda la bóveda y con una rapidez asombrosa las llamas de la hoja subieron por la mano del caído.

No bien hubieron tocado la manga de su sucio atuendo se extendieron por todo el, de forma que Samael quedó en el centro de un remolino ígneo que parecía iba a devorarlo pues las llamas giraban con gran violencia entre susurros siniestros; las había incluso que caían al suelo cual si fueran gotas de metal líquido salpicando chispas a su alrededor. 

martes, 21 de octubre de 2014

La clave de bóveda 1/7

Hoy toca relato. Relato largo. Tan largo que lo voy a subir por capítulos. Serán en total siete entradas.

Este relato lo escribí en enero de 2007 entre un sábado y un domingo para intentar conservar un sueño muy extraño que tuve el viernes anterior. Está basado en un 80% en aquel sueño y trata sobre muchas cosas, dolor, venganza, sacrificio, teología, magia, desarraigo...

Tiene evidentes carencias tanto de estilo, porque no he querido retocarlo desde que lo escribí (es una cápsula del tiempo) como argumentales, porque es un sueño y ahí se planifican poco las cosas, se sueña y ya está, de manera espero que sepas disculpar sus muchas faltas y quedarte con sus virtudes, que también las tiene.

Aquel sueño, como todo sueño que se precie, era en primera persona, cosa que no ocurre en el relato por evidentes necesidades narrativas, de manera que cuando lo leas entenderás lo poco grato que es soñar que se es quien se era en el sueño (aunque... también su punto).

Tal vez la parte más complicada fue la acronía, escribir sin que ningún elemento de lo narrado pueda dar una pista del momento histórico en que desarrolla la acción, de tal forma que bien podría ser en el S.V a.C. o en 2013, porque tal como soñe, no había pista alguna para fechar el momento, era intemporal.. Y eso, pareciendo fácil, no lo es porque el teclado se te va y sujetarlo tiene su peluseo.

Bueno pues nada, aquí os dejo la primera parte de "La clave de bóveda".








¡Oh vosotros que pasáis,
y el extremo a que he llegado
por dicha no imagináis,
vuestro paso apresurado
tened, porque me veáis!

De vuestra lástima fío
que, si con el Océano
 no puede medirse un río,
digáis que dolor humano
no puede igualarse al mío.


Joao Pinto Delgado
(1580-1653)



I

GVERRA

De lejos el pueblo parecía tan oscuro como boca de lobo. En sus calles no se oía nada. Ni risas, ni conversaciones, ni música, ni siquiera el viento. En mitad de aquella noche de invierno, con una luna en cuarto creciente que daba a todo una mínima luz azulada y jirones de nubes que a ratos ocultaban las estrellas, la tristeza se dejaba sentir como una ropa de plomo. Aquellas calles, los edificios y los árboles rezumaban la esencia de la tristeza, tal si se tratara de uno de los humores viscosos de los que hablaban los antiguos y que lo contagiaba todo. Era una pátina de dolor colectivo que todo lo cubría de una forma homogénea, el ambiente era lúgubre, melancólico, nocivo. La neblina que caía desde la colina cercana no tardaría en llegar hasta aquel pueblo, construido cercano al viejo santuario donde hacía milenios se rindió culto a una divinidad ya olvidada. Todo era tristeza, todo era silencio, nada quedaba de lo que el pintoresco pueblecito había sido hacía tan solo un par de semanas.

El soldado avanzó despacio por la calle en dirección a la plaza del pueblo. Siempre le había gustado aquel lugar. Era un espacio circular al que se asomaban viejas casas de piedra como de piedra era su suelo y un anillo en el centro a modo de banco en el que se podían sentar unas cuarenta personas, que rodeaba la base de un roble colosal. El soldado iba sorteando cascotes y fragmentos de fachadas derruidas. Los escombros cubrían la calzada y hacían difícil el tránsito hacia cualquier destino. Los cadáveres salpicaban las calles y empozoñaban el aire con una hediondez insoportable. Paseaba observando el paisaje que los suyos habían dejado tras de sí hacía tan poco tiempo cuando divisó el árbol. Sólamente la mitad de su gigantesca copa estaba intacta pues la otra estaba calcinada, y de una rama a media altura, como un espantapájaros macabro y grotesco pendía lo que en otro momento fue un hombre, ahora inmóvil, sucio y medio pútrido. Tal parecía el estandarte de la muerte. El soldado llevaba en solitario apenas una semana desde que había abandonado a su grupo al presentir que en algún lugar lejano, los mismos que la iniciaron habían decretado el fin de la guerra. Lo que pasara luego con su grupo y con el ejército entero, los civiles y el enemigo ya no le interesaba, la política nunca le había atraído, él solo acudía a las campañas para perfumarse con el aroma de la muerte como un sahumerio tétrico, un aroma que cubría como un sudario aquel viejo pueblecito. El soldado miró al ahorcado y recordó algo, de otra parte, de otro tiempo, de otra guerra, y un asomo de sonrisa triste le vino a la cara; recordaba el Este, donde había nacido, siempre le había gustado el Este, donde cosechó muchos triunfos en sus primeros tiempos. Había abandonado el ejército porque sabía que lo buscaban; comenzaría pronto una guerra privada aún más importante que ésta, en la que las naciones más poderosas habían exterminado a la flor y nata de la sangre propia con tal de verter la de la ajena. Sus enemigos habían decidido lanzar una ofensiva sobre él y necesitaba estar solo para poder hacerles frente, sería una lucha sin cuartel y había estado preparándose durante esta última semana para su batalla particular.

Con el Este en la cabeza miró al Este y a lo lejos, donde nadie podría haber visto nada, el soldado divisó una forma semienterrada apenas inerte y se dirigió hacia ella. Al llegar junto la misma ya sabía lo que iba a encontrar; era media mujer, con la espalda recostada de lado en la pared, la cabeza caída, los labios resecos, los brazos sucios y llenos de heridas, como la frente, y unos harapos que tal vez fueran blancos en mejores tiempos y que ahora eran de un color indefinido, que dejaban al aire un pecho grande y lacerado. La mitad inferior de aquella desgraciada desaparecía bajo una montaña de escombros fruto del derrumbe del voladizo del tejado del edificio sobre el que se apoyaba, unos escombros que despedían un olor nauseabundo mezcla de putrefacción, orines, heces y algo más que no alcanzaba a identificar. Inexplicablemente seguía viva tras lo que parecían muchas horas en aquel estado. Lentamente entreabrió los ojos y el soldado observó con curiosidad lo que expresaban; tristeza, pena, melancolía y sobre todo un intenso dolor, tanto físico como espiritual. Finalmente, costándole lo que parecía un esfuerzo sobrehumano, habló. Apenas un susurro.

– ¿Quién … ?. - Dijo alzando ligeramente la cabeza.

Trató de decir algo más, pero aunque los labios se movían ningún sonido salía de su boca. El soldado se arrodilló. Enderezó a la mujer sobre su espalda y le quitó algunas piedras del abdomen para mejorar su respiración. Luego empapó un trapo cercano en un charco apestoso con restos de agua embarrada y se lo acercó a los labios. La moribunda chupó el trapo con toda la avidez que su estado lamentable le permitía. Tras unos minutos repitiendo esta operación, la desgraciada parecía haber recuperado parte de sus fuerzas y al fin pudo hablar, lentamente, entre bocanadas de aire.

– Gracias. Es usted la primera persona que veo desde hace tres días. Me empezaba a preguntar … Mi esposo y yo conseguimos con muchas penas sobrevivir al saqueo que el ejército hizo en este pueblo ahora muerto; luego vinieron el acoso, las violaciones y por último la matanza de los vecinos y la destrucción y la quema de los edificios. Hasta dos días después de que se marcharan no conseguimos salir del incómodo y sucio lugar en que nos habíamos refugiado. Luego …

Hizo un pausa, larga, respiró varias veces y pidió mas agua, o lo que fuera que mojaba el trapo. El soldado atendió solícito sus requerimientos y se dispuso a escuchar de nuevo.

– Subíamos la calle cuando este maldito tejado se nos vino encima. A mí, la lluvia de cascotes me cogió de lado pero se cebó con el cuerpo de mi esposo, que murió casi al instante. Me he roto las dos piernas, llevo varios días sin comer, sin beber, apenas sin respirar. - En este momento la desdichada fue presa del más hondo terror y exclamó - ¡Por el amor de Dios, él ahora mismo yace bajo este montón de restos y aún noto como su mano está posada sobre mi tobillo! - Con los ojos húmedos y la voz temblorosa, como un niño muerto de miedo en mitad de la oscuridad de su habitación, susurró - Y lo peor es que ellos lo saben. Desde hace tres, cada noche vienen e intentan llegar hasta el cadáver. Los oigo al otro lado de la escombrera arañando tierra y piedras tratando de llegar hasta él para atracarse con su carne muerta, pues el resto de cadáveres ya están más que podridos. Yo les he tirado todo lo que teniendo a mano podía levantar, pero cuando notan que me faltan las fuerzas se acercan y me lanzan dentelladas con sus colmillos húmedos. Ya me han herido las manos y los brazos. Hoy volverán y sé que no tendré fuerzas para defenderme. - En este punto abrió los ojos y bajó aún más la voz. - Esta noche volverán, no sobreviviré.

Se quedó callada. Tomó aire de nuevo y el soldado percibió que rebuscaba en su maltrecho interior las palabras justas para no parecer una perturbada.

– Afortunadamente la providencia le ha puesto en mi camino. No, no se equivoque no quiero que me saque de aquí. Sería una ilusión estúpida el creer que llegaría lejos, y me convertiría en una lisiada carga para usted. Necesito paz; ahora mismo no tengo vida, solo tengo una existencia bastante miserable que se apaga lentamente, y he pensado que quizás usted podría remediar. Le ruego que me mate. Le ruego que me libere de estas sucias cadenas que me atan a un cuerpo medio muerto y al cadáver de lo que fue mi esposo. - Mientras hablaba había empezado a sollozar y ahora lloraba de forma abierta, torciendo el gesto y arrugando las facciones de forma que la imagen que ofrecía era aún más patética. - Debe usted comprenderme. Esta es una situación insoportable no solamente por saberme yaciendo atrapada sin remedio junto a los despojos de lo que fue la luz de mis días, sino por el pánico al dolor, me atormenta hasta el límite el dolor de mis piernas, mis pulmones están encharcados, apenas puedo alzar los brazos. Cuando esta noche vuelvan, me abrirán el pecho y me devorarán viva.

El soldado presionó su labio inferior contra el superior en gesto de comprensión y se levantó mientras la desdichada seguía llorando con la cabeza inclinada sobre el pecho y los brazos extendidos con las palmas hacia arriba, en gesto de súplica.

Fue entonces cuando se volvió hacia la plaza y observó de nuevo el gran árbol. El ahorcado seguía allí, como inerte testigo a distancia de aquella conversación. Volvió a mirar a la pobre mujer. Ya sabía lo que iba a hacer pero quería que ella se diera cuenta por sí misma, de modo que la miró fíjamente a los ojos y esbozó una media sonrisa. Al principio, ella parecía no entender, pero poco a poco su rostro se fue pintando de miedo, desazón, inquietud, espanto e incredulidad.

– Pero … no puede ser. Acaso … - susurró – ¿Cómo es posible?. ¡Por el amor de Dios!, ¿acaso no se da cuenta de a lo que me condena?. – En ese mismo instante el soldado se giró y comenzó a caminar en dirección a la plaza. - ¡No lo haga, por piedad, vuelva, no me deje!, ¡no!, ¡no!, ¡no!.

Atrás quedaba aquella pobre diabla y su triste historia. A pesar de los gritos de ayuda que le seguía lanzando, el soldado no retrocedió, siguió adelante. Había visto cosas como estas demasiadas veces, nunca le habían impresionado. Una vez llegado al árbol se volvió. Dio un potente silbido que solapó los gritos de la condenada y todo quedó en silencio. No bien habían pasado unos instantes cuando observó cómo desde detrás de una esquina dos perros cual siniestras sombras se acercaban cautelosa y silenciosamente. Al principio no se le acercaron mucho y se dedicaron a dar vueltas en derredor del soldado, escrutando su figura, pero poco a poco llegaron hasta sus piernas y sentaron sus cuartos traseros en el suelo. Él se les quedó mirando. Se agachó y acariciando a ambos tras las orejas les susurró algo, e inmediatamente partieron hacia el montón de escombros con trote decidido. El soldado supo entonces que la mujer no tendría una muerte rápida. Pero no le importó, era su naturaleza. “Yo soy la clave de bóveda”, pensó.

Cuando llegaron hasta ella, el militar se giró y marchó hacia la calle que conducía al viejo santuario. A sus espaldas oyó unos tímidos sollozos que fueron creciendo hasta convertirse en gritos desquiciados que ya no eran ni de miedo, ni de auxilio, ni de tristeza, sino simplemente el sonido del dolor más lacerante y el abandono absoluto mezclados con los guturales sonidos de las alimañas que destrozaban aún viva aquella carne condenada. Un flanco se abre, los huesos se quiebran, una masa blanda se descuelga, líquido que se derrama y un brazo al que sólo le queda de brazo el nombre.


Sólamente fueron unos instantes y enseguida el silencio volvió a adueñarse de aquel pueblo muerto. El soldado prosiguió caminando, y al llegar a la altura del ahorcado, sin siquiera mirarlo, juntó índice y corazón de la mano izquierda, empujó la rodilla del pelele y este comenzó a dar vueltas de forma rítmica y patética, mientras el soldado pasaba de largo hacia la calle que moría en el santuario. 

viernes, 10 de octubre de 2014

Aliens, ébolas, confetis y una certeza.



Si un extraterrestre viniera a España (que estaría gracioso) y nos hubiera observado durante la última semana probablemente pensaría algo como esto:

qaStaH nuq? jIyajbe', Heghlu'meH QaQ jajvam

que para quien no lea klingon básicamente es

“¿Qué coño pasa aquí? no entiendo nada pero da igual, hoy es un buen día para morir”


Y acto seguido nos exterminarían con sus torpedos fotónicos. Y no tendríamos derecho a quejarnos porque lo de este país durante los últimos siete días ha sido un carajal de talla notable.


El ébola ya no es una amenaza lejana que vemos por la tele arrasando países que la mayoría de la gente no sabría ubicar en el mapa ni a la tercera. Nop. Está aquí, lo tenemos seguro en un hospital de la capital y quién sabe si por ahí habrá más casos incubándose en cuerpos ajenos al proceso. En cualquier caso eso es algo que se revelará cierto o no en breves fechas.







Tenemos un presidente del gobierno desaparecido en combate, bueno no, de vez en cuando aparece a dar una rueda en un plasma, ¡que salao es el jodío! Pero seamos justos, hoy mismo, viernes a mediodía, ha dado en la puerta del Carlos III una rueda de prensa en la que… perdón, disculpas, no era rueda de prensa sino comunicado oficial, lo que básicamente viene siendo convocar a todos los medios para que difundan tu mensaje de propaganda sin permitirles hacerte preguntas, que todos sabemos que las preguntas las carga el Diablo y en el fondo la curiosidad mató al gato. En cualquier caso, Rajoy puede ir con la cabeza bien alta porque en Milán, “sus colegas” ya le han dicho que lo está haciendo de puta madre y que es un crack de lo suyo, que es lo que cuenta. Por si fuera poco, le ha endiñado el marrón de supervisar todo esto a la pobre Soraya, la vicepresidenta. Porque como es un asunto menor bien puede hacerlo ella y es que se rumorea que este finde en Eurosport tienen una programación de lo más entretenida, todos sabemos lo que le mola el deporte a nuestro presi.







Tenemos una ministra de Sanidad que está hasta el cuello de mierda por casos de corrupción y que se ha revelado de una incompetencia tan colosal que más parece un personaje de ciencia ficción mala que la gestora de, nada menos, la sanidad pública de un país de casi cincuenta millones de personas. Eso si, de confeti la tipa entiende que es un gusto.







Tenemos un consejero de Sanidad de Madrid tan sobrao y tan inútil casi, casi, casi como la ministra. Este tipo, que según dice es médico, tiene en contra a todos los médicos que han hablado del tema pero no pasa nada, si tiene que dimitir ya sabemos que tiene la vida resuelta y el bolsillo lleno.


Tenemos una prensa conservadora que ensalza, y con razón, la figura de un misionero que dedicó su vida a ayudar a los que no podían ayudarse a sí mismos y al mismo tiempo critican hasta la náusea a una enfermera que se ofreció voluntariamente para atender a alguien que lo necesitaba, si, el misionero, y a resultas de aquello ha quedado contagiada. ¡Pero oiga!, es que la tía era una torpe y ya se sabe, en el pecado lleva la penitencia (#mandacojones)


Tenemos una población enloquecida e hipermovilizada por un perro. Y seamos francos, en todo este asunto hay cosas más graves por las que movilizarse que por el sacrificio gratuito de un animal, aunque a esto no le quito la importancia que tiene, solo la reubico en su sitio. El pobre animal se ha ido al otro barrio sin sentir ni padecer porque aún desconocemos si estaba infectado, en cuyo caso debería haber sido estudiado por ver que revelaba en lugar de sacrificarlo. Pero bueno, esto es España y eso sería hacer bien las cosas, líbrenos el Señor de acertar alguna vez.







Y finalmente tenemos una Sociedad Española de Virología, gente muy preparada y conocedora como poca realmente de todo lo que se está hablando que aún no ha sido no ya consultada, sino siquiera convocada a dar consejo. Su presidente ha dicho esta mañana que ha llamado al ministerio y se ha ofrecido, pero que le han contestado que le agradecen el gesto y que “lo tendrán en cuenta” o.O

Yo no estoy preocupado, confío en el personal sanitario español con fe ciega y sé que esto no tiene pinta de ir mucho más allá. Confío también aunque algo menos, en la gente, en que sepan mantener la calma y sean lo suficientemente maduros para dar a cada cosa su valor, los aciertos que haya y los errores, que son muchos, que se estén produciendo en este asunto.

En quien no confío nada es en los políticos que tenemos, por miserables, cínicos, mediocres, ausentes, incapaces, egoístas, traidores y espantados.

Para acabar, todo esto me ha recordado un soneto que tiene ya sus buenos cuatrocientos años pero que describe a la perfección lo que ha de venir. Llegará el tiempo de dar explicaciones pero no digo ya a la ciudadanía sino a un tribunal mucho más severo, la Historia, que juzga de forma terrible y pone a cada cual en la casilla que le toca. Y me da a mi que se en qué casilla va  a meter a toda esta fauna.

Aquí tenéis la incertidumbre y el desasosiego ante un juicio. Aquí tenéis el Barroco hecho palabra.

Fray Miguel de Guevara
(c.1585-c.1646)

Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta;
si a darla voy, la cuenta pide tiempo:
que quien gastó sin cuenta tanto tiempo,
¿cómo dará, sin tiempo, tanta cuenta?

Tomar no quiere el tiempo tiempo en cuenta,
porque la cuenta no se hizo en tiempo;
que el tiempo recibiera en cuenta tiempo
si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta.

¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo?
¿Qué tiempo ha de bastar a tanta cuenta?
Que quien sin cuenta vive, está sin tiempo.

Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta,
sabiendo que he de dar cuenta del tiempo
y ha de llegar el tiempo de la cuenta.




viernes, 3 de octubre de 2014

Corruptio: nihil novum sub sole



El último caso de las tarjetas opacas de las que durante años los consejeros de Bankia han venido haciendo un uso obsceno es un suma y sigue en la situación de este país, un país que ya es casi indistinguible de la mierda que contiene. Pero es que da lo mismo que mires a donde mires, tienes los ERE´s en Andalucía gracias al PSOE, tienes la Gürtel en Madrid y Valencia gracias al PP, tienes el 3% y a Pujol gracias a CiU en Cataluña....

Pero es que hay más, está la corrupción urbanística en Galicia, están los sindicatos de porquería hasta el cuello en varios lugares de España, está la Iglesia aprovechando resquicios legales para cosas tan peregrinas como inscribirse bienes de valor incalculable en los registros, a unos precios bastante inferiores a los que a cualquiera le costaría inscribir su casa, tienes las cajas de ahorro que han sido durante años la cueva de Alí Babá, tienes los altos cargos de la judicatura tan politizados que solo les falta la escarapela con el logo del partido... tienes... tienes... tienes... si, seguramente tienes ganas de vomitar, porque total, apuntes donde apuntes es imposible manchar nada más de lo que ya lo está.

Pero vamos a no engañarnos. Todo esto no es nuevo y como el meme de Julio Iglesias, lo sabes. En este país se ha venido robando desde tan antiguo que sorprende que aún quede una sola persona que se dedique a la cosa pública que sea medio decente. Y como muestra solo daré un botón, que si bien puede no ser definitorio si que será al menos ilustrativo.







Yo he tenido la suerte de estudiar una carrera interesante, Historia, que me ha puesto delante de los ojos una gran variedad de comportamientos que se repiten cíclicamente en todos los periodos y regiones del mundo. Así, he podido ver la épica, la deshonra, el valor, la mediocridad, la valía y el miedo de muchas maneras distintas pero en el fondo, iguales.

Pero es que además tuve la inmensa suerte de estudiar Historia en Sevilla. Cuando estaba en 4º y durante una temporada, aproveché algunas clases que no me interesaban nada (hoy sigo sin arrepentirme) para llegarme al Archivo General de Indias que estaba muy cerca de la facultad. Allí, entre otras cosas que no vienen al caso, dí casi por casualidad con un legajo del siglo XVII en el que se narraban las dificultades de un emprendedor de la época. Vereis como la historia os resulta... familiar.

La cosa es que este hombre marchó a las posesiones españolas en el Caribe y decidió que allí iba a montar una empresa para la cría de ostras para la obtención de perlas. El tocho de texto que abarcaba más de cincuenta páginas era un rosario de quejas, llantos, desesperación y abatimiento hecho papel, pues a lo largo de todas esas páginas se narraban las dificultades de aquel hombre.

Con una pormenorización que aún hoy sonrojaría hasta a un político, el escribano nos iba contando todo a lo que este hombre hubo de enfrentarse. Mordidas de los funcionarios de aduana, sobreprecios en los los permisos necesarios, papeleo, retrasos intencionados provocados por intereses de competidores bien posicionados, un cura corrupto que también quería lo suyo, marineros de la flota de Indias que no iban a ser menos, untamiento preceptivo a las autoridades judiciales, el ejército, el alcalde...

Lo cierto es que como el legajo era la instrucción de la causa, desconozco el fin de la historia pero bien puedo hacerme una idea de lo que pasaría. Todos esos políticos y gestores de lo público cobrarían su parte hasta que la solvencia de aquel hombre diera para ello y una vez asentado, él mismo se pasaría al lado oscuro para hacer con el recién llegado lo sufrido en sus propias carnes apenas unas fechas antes y así al menos, recuperar parte de lo gastado y no ingresado de forma limpia.







En fin, con todo esto lo que quiero hacer ver es que la corrupción política no es algo nuevo para nosotros. En España estamos alcanzando cotas de corrupción tan elevadas que no creo que se pueda hablar de algo coyuntural, creo que se ha convertido en algo estructural de esta sociedad y sus "representantes". Cada día nos parecemos más a la España del siglo XVII, la del Barroco, una administración y burocracia que estaban no ya corruptas, sino abyectamente podridas hasta el mismísimo tuétano.

En una próxima ocasión tal vez os cuente la historia de Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, I Duque de Lerma (1553-1625), uno de los personajes más corruptos e inteligentes que ha tenido España y que por lo primero (que no por lo segundo) no desentonaría entre nuestras clase política y gestora en pleno siglo XXI.

Hoy en día miro a mis hijas a los ojos y me da una pena infinita por ellas que tengan el país que tienen y en el que van a crecer. Por eso voy a intentar inculcarles que se esfuercen, que estudien y espabilen, que aprovechen todo lo bueno que haya aquí para que cuando llegue la hora puedan marcharse a otro país y devolver allí, a otra sociedad, todo lo que hayan recibido de la nuestra, una sociedad y un país que si merezca lo que un país merece.

Hace muchos años me dijeron que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.

Nunca he estado de acuerdo con esa frase.

Ya no estoy seguro.