miércoles, 22 de octubre de 2014

La clave de bóveda 2/7

CRIPTA

El soldado llegó al límite de las casas, allí donde comenzaba un pequeño prado que iba ligeramente cuesta arriba y al final del desnivel se encontraba la mole maciza y ruinosa del santuario. Se trataba de un complejo circular en el que antaño se alzaban varias edificaciones pertenecientes al culto divino, entre ellas las dependencias del clero, las salas de acogida de peregrinos, las zonas de aprovisionamiento y abastecimiento consistentes en almacenes, aljibes, una pequeña huerta y varias estancias subterráneas. Algunos restos quedaban aún del gran espacio a cielo abierto en el que una vez al año se celebraba el rito de la renovación de la alianza de la divinidad con el hombre, y sobre todo aquel conjunto, en su mismo centro, desde donde de forma radial partían las calles que cohesionaban el santuario, se alzaban imponentes las ruinas de un antiquísimo templo. De este sólamente quedaban algunas columnas y en algunas zonas el arranque de unos muros de fría piedra, así como el enlosado de un suelo que en tiempos mejores habían sido hollado por las pisadas de los más poderosos señores de la Tierra, se había deleitado con músicas imposibles y había recibido la suave caricia del incienso en las dulces noches de la primavera.

El soldado paseó por la hierba que cubría buena parte del conjunto, dejando caer su mirada aquí y allá, como reconstruyendo en mitad de la actual desolación un pasado glorioso extinto hacía mucho. Había sido un importante lugar de veneración durante siglos pero otras guerras hacía ya tiempo habían devastado la comarca, su gente y su antigua fe. El militar se acercó al templo y subiendo tres escalones se internó en el laberinto de baldosas sueltas y esquinas rotas que era el piso del templo; los intersticios habían sido tomados en justa reconquista por la vegetación, que ahora se alzaba tímidamente triunfante en aquel mar de piedra lisa. Justo en la cabecera del templo se encontraba la entrada a una cripta, cuna y génesis del templo y santuario todo, pues desde el inicio de la humanidad aquél había sido un lugar sagrado. El soldado bajó los desbastados escalones, lentamente, como alguien que sabe hacia donde va pero entiende que ya le es ajeno, disfrutando de un doloroso placer difícil de explicar.

La cripta era grande y majestuosa, pero una vez dentro, cualquier parecido con un lugar sagrado hacía tiempo que había dejado de ser apreciable, pues estaba sucio de polvo, con gigantescas telarañas, y gracias al derrumbamiento parcial en algunos tramos del techo de la nave media entraban la luz azulada de la Luna y la lluvia. El suelo estaba grotescamente inclinado, dando a aquel espacio una pendiente que había facilitado la formación de un gran charco en la zona derecha conforme se bajaban los escalones, y sobre el que con lento y doloroso llanto caía una gota tras otra en decadente canción. Había escombros del derrumbe por todas partes y el viento entraba a raudales con un rumor lastimero y tenebroso. Y hacía frío.

El soldado paseó por las capillas laterales apenas iluminadas por la tenue luz lunar que daba misteriosa y grotesca apariencia a las figuras de los capiteles. Las paredes se encontraban cubiertas de delicados relieves y sus figuras, que talladas hacía milenios por los mejores maestros canteros, ejercían de silenciosos guardianes de la nada. Al soldado se le vinieron a la mente unos versos oídos hacía mucho tiempo.

El altar se componía de un sólido pie de piedra que aguantaba como un Atlas una gigantesca roca horizontal de la longitud de dos hombres y el grosor de uno. Se contaba que esa roca había estado allí desde el comienzo de los tiempos y que se la eligió como altar por ser sobre ella, donde la divinidad misma se había aparecido a los primeros pobladores de la comarca. El soldado dejó sus armas en un capitel desprendido, descubrió su cabeza y en mitad de aquel frío, aquellas tinieblas y aquel rumor del viento ascendió los tres peldaños que elevaban el altar, y separando los brazos se apoyó en el frontal de la piedra y hundió la cabeza entre los hombros, quedando entonces mirando hacia abajo.

En este estado permaneció largo rato; los recuerdos y las sensaciones se agolpaban en su mente como si alguien pudiera leer multitud de libros al mismo tiempo. Recordó muchas de las actividades a las que se había dedicado en su vida, muchas. Había sido responsable de cosas que le habrían revuelto las tripas incluso al más infame de los hombres. Pero en el fondo era en la guerra en la que se sentía liberado de todo. Nadie le reprochaba que hiciera su labor con una espantosa y fría eficacia, con una carencia de sentimientos casi inhumana. Porque era bueno en su labor. Recordó decenas de guerras, cientos de armas, miles de batallas y millones de muertes, todas iguales y todas diferentes. Si, la suya había sido una vida plena de gozo fúnebre y galope desatado de los instintos humanos más primarios. Muy pocos habían conseguido ganarse un mínimo de su respeto pero nadie había alcanzado su posición, ni de lejos. Si, la suya había sido una buena vida, y lo que aún estaba por venir, o eso quería creer, pues no había pasión en lo que hacía, simplemente, fría y mortal eficacia.

Se incorporó. Suspiró. Se le ocurrió practicar un pequeño juego al que hacía ya mucho que no jugaba y sonrió. Se arrodilló, cruzó las manos sobre el pecho, cerró los ojos y reclinando la frente contra la fría piedra del altar, entonó una oración. Estaba pensando que aquello lo recordaba más divertido cuando en su mente se dibujó una duda muy poco divertida, ¿sería realmente un juego, una broma, o una necesidad que surgía desde lo más profundo, una necesidad más grande de lo que estaba dispuesto a reconocer incluso ante sí mismo?, pero en mitad de aquel silencio ninguna respuesta le vino a socorrer. Silencio. Hasta que…

- Tu carencia de respeto no conoce límites. - Susurró una voz a su derecha.

El soldado no se inmutó. Siguió con los ojos cerrados, apoyada la frente y arrodillado. Conocía aquella voz perfectamente aunque hacía un océano de tiempo que no la oía, desde su primera batalla, lejos en el espacio y lejos en el tiempo. Era una voz bella, nítida, pausada y bien modulada que le había hablado en un lenguaje arcano, secreto y prohibido, no oído en la tierra desde hacía cientos de miles de años.

La voz pertenecía a un hombre de edad indefinida que se hallaba sentado e incorporado hacia delante en un viejo capitel desprendido de su columna justo en el borde de la penumbra, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, el brazo izquierdo sobre el regazo y la palma libre apoyada en el mentón. Tenía la piel mínimamente bronceada, el largo pelo azabache le caía en melancólicos tirabuzones sobre los hombros, sus ropajes negros estaban inmaculados pese a la suciedad que lo circundaba. La boca dueña de aquella voz era un sensual lecho de finos labios rojos enmarcados en un rostro de facciones perfectas en medio del cual dos ojos de un verde profundo observaban la escena, en parte curiosos y en parte precavidos. Y añadió:

– Francamente, se me escapa por qué haces esto. Si lo haces de veras, ya debes saber que no existe en el universo perdón para ti, y si es alguna especie de broma, resulta de un gusto pésimo.

Con gesto elegante y femenino escondió un mechón de pelo que colgaba sobre su ceja tras la oreja; se levantó y echó a andar en dirección al altar. Lo hizo lentamente, y aunque sus pies apenas rozaban el suelo incomprensiblemente no dejaban huellas en el polvo que cubría las piedras de la solería. Se acercó al soldado y descansó su mano sobre el hombro sucio del militar diciendo:

– Dime que pretendes. Puedes iniciar y ganar miles de guerras para ellos pero la tuya está perdida desde aquel día en que decidiste abandonarnos. Yo te apreciaba más que a ninguno de los otros, eras mi hermano, mi gemelo. Todos te querían y respetaban, eras el modelo de comportamiento para miríadas de criaturas perfectas. Me causaste un dolor infinito cuando me obligaste a luchar contra ti Samael. Ahora solo me queda la pena y la añoranza de un pasado feliz que no ha de volver nunca.
Se separó del soldado y dio la vuelta al altar de manera que quedaron enfrentados por la piedra. Samael se levantó; suspiró y abriendo sus ojos, también verdes, entonó en la misma lengua olvidada que había usado el joven lo que parecía una letanía.

– Se mostró la Gloria ante mis ojos …

– ¡Silencio caído! - Dijo el joven repentinamente airado y exaltado, a voz en grito - Él mismo te expulsó de la Gloria. Tienes vedado hablar en nuestra lengua. Tus hermanos te prohibimos el seráfico en el momento de tu destierro.

Entonces el soldado sentenció con un tono frío y tranquilo, pero de una contundencia feroz:

– Muchas veces lo he hablado en soledad desde aquél día sin que Él me haya amonestado y te aseguro por lo que tengas más sagrado que ni tú ni todas tus cohortes podréis impedirme hablar en la lengua en la que vine a la luz. – le espetó.

– ¡Te prohíbo que hables de sagrado en mi presencia, impío!. Probarás mi fuego si no refrenas esa lengua venenosa con la que tanta muerte has sembrado.

– ¿Me amenazas, Azael?, ¿acaso se te ocurre enfrentarte a mí sin su orden expresa ni el apoyo de los tuyos? – Samael miró fíjamente al joven con los ojos envueltos en la llama de una pasión devastadora y añadió quédamente - No me tentarás; te destruiría con solo desearlo. Venciste porque Él luchaba a tu lado; recuerda que yo era el primogénito entre los primogénitos. Tú sólo no eres rival para mi.

Durante unos minutos todo quedó en silencio mientras ambos se miraban fíjamente. Aunque todo era calma sus voluntades se escrutaban midiendo al oponente. Un golpe de viento entró por la bóveda agujereada y con él la luz de la luna que iluminó aquel altar que se había convertido en frontera natural entre dos mundos. Samael volvió la vista hacia la piedra, de la que la luz lunar sacaba mínimos brillos azulados y sonriendo, rompió el silencio con un susurro.

- Admiro tu dedicación, Azael. Ahora ocupas el más alto puesto reservado a criatura alguna y lo haces bien, eres la llama abrasadora y el agua vivificante. Toda una existencia comprometida al servicio y al sacrificio, sin preguntas, pura pasión. – Se detuvo un instante y clavó sus pupilas esmeralda en las pupilas gemelas del joven. – Pero recuerdo bien algo. Yo mismo te expuse mis dudas y cuestiones a su voluntad, te las razoné, te di argumentos sólidos sobre los que estuvimos conversando más de mil años mortales, te tenté, ¿lo recuerdas tú?. Eras reacio, echabas abajo mis razones una por una con el discurso claro y limpio del que debe hacerlo, pero ¿era sincero o era necesario?. – Y añadió lacónicamente, – Estoy seguro de que fue lo primero, pero … por un momento, un fugaz instante fuiste mío, no lo puedes negar, te conozco demasiado bien. – Suspiró. – ¿Lo sabe Él?, seguro que sí. ¿Nunca te ha dicho nada?, seguro que no. Pero llegará. Lo sabe todo, todo lo juzga, puede que tarde pero llegará. Te condenará por una duda tan fugaz como un latido.

Azael seguía en silencio. Las palabras de Samael habían hecho una pequeña mella en la formidable armadura de su voluntad y aunque era mínima, no estaba acostumbrado a ello, solo lo había sentido otra vez en toda su existencia, estaba confuso. Dio un paso atrás y acercó su mano derecha a su cadera izquierda, agarró el aire y tiró despacio. En su mano se materializó una brillante empuñadura de obsidiana de finas líneas e increíble belleza. Tras ella, lentamente fue apareciendo acompañada de un agudo sonido una hoja hecha de fuego, de trémulas llamas azuladas y blancas, un fuego frío y abrasador al tiempo. La luz de la espada formidable iluminó todo el altar al tiempo que Azael blandía su arma ante los ojos precavidos de Samael, y le dijo:

– ¿Recuerdas a “Castigo”?. Seguro que sí. Tú mismo la forjaste y ella misma te hizo caer de lo más alto; yo mismo te la arrebaté en tu caída y la renombré, dándole parte de mi esencia; ni siquiera eres digno de pronunciar su anterior nombre; fue el último retazo que viste de la gloria mientras la tiniebla empezaba a rodearte. Desconfío de ti, Diablo, no irás más allá esta noche pues he venido para exiliarte por segunda vez, y ésta habrá de ser definitiva. – Dijo; agarrando la empuñadura con ambas manos apuntó hacia el soldado y añadió de forma incontestable – En su nombre te conmino a que abandones este lugar sagrado, a que dejes el mundo de los hombres y vuelvas al abismo, donde has de pudrirte en soledad desde esta noche. Mis legiones están prestas a cumplir este mandato y en esta ocasión no habrá cuartel para ti, Lucifer, mala estrella.

– En su nombre dices, ¿seguro que es así?, yo creo que nunca te daría la orden de eliminarme. Tú no comprendes el plan divino, nunca lo has hecho. Apuesto a que está terriblemente disgustado por este arranque tuyo de propia iniciativa que no conduce a nada. – Se pasó la mano por el cabello con aire indiferente mientras miraba fijamente a su interlocutor y prosiguió – Si, es cierto, solo tú y Él podríais hacerme daño, mucho, pero tú solo no acabarías conmigo pues fuiste el segundo, yo permanecí con el Verbo mucho tiempo a solas antes de que tú fueras substanciado, y aprendí y participé de su poder, de modo que piensa detenidamente lo que dices, pues el mejor resultado que conseguirías enfrentándote a mi sería un empate vergonzoso.

No bien había acabado de decir esto cuando a espaldas de Azael aparecieron cuatro figuras con ropajes tan negros como los suyos, todos con los ojos azules, y el cabello largo, aunque cada uno lo tenía de un color, negro, rubio, pelirrojo y castaño. Los cuatro portaban espadas de empuñadura de marfil y llamas tan azules como la de Azael. Él mismo había forjado aquellas cuatro espadas para ellos. Eran la Guardia de la Llama.
Por toda contestación Samael, sonrió, y poco a poco fue riendo, hasta llenar la cripta con siniestras carcajadas que hicieron huir con vuelo intranquilo a algunas palomas que dormitaban en los nervios del techo. Una vez calmado recordó con una punzada de melancolía que el Padre le había dado el apodo de “Luciferarius”, el portador de la luz, apodo que había pasado a ser “Lucifer”, la estrella de que anuncia la noche, la noche del alma.

– Ira. Miedo. Extraños sentimientos para un ser como tú. Jamás hubiera dicho que volvería a verte airado y atemorizado pero eso ya no es nuevo entre nosotros, ¿cierto?. – Samael le dio la espalda y bajó los tres escalones. Una vez allí susurró – ¿Sabes lo que escribieron los hombres sobre aquella vez?, si, claro que lo sabes: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos”. Nos llamaron de otra manera y yo no tuve ni tengo ángeles, estoy solo, pero captaron la esencia de lo sucedido. ¿Acaso quieres repetirlo hoy, aquí?

– También tú sabes que está escrito: “¿Cómo has caído del cielo astro rutilante, hijo de la aurora, has sido arrojado a la tierra, tú que vencías a las naciones?, tú dijiste en tu corazón: el cielo escalaré, por encima de las estrellas de Dios elevaré mi trono. Por el contrario, al She'ol has sido precipitado.” – Y añadió en tono lacónico – Si se repitiera la batalla ten por seguro que el resultado sería diferente, esta vez arrasaríamos contigo y no podrías seguir apartando a los hombres del camino de la luz.

– Puede que fuera así, pero habría que verlo. Y por cierto, para que veas lo mucho que te amo todavía te revelaré algo que sé que tu corazón anhela saber desde aquel día ya tan lejano.

– Nada tienes que yo pueda querer. Eres el reverso de la moneda, el reflejo en el espejo, ya no eres parte de nosotros, ya no.

– Eso es muy cierto, pero ¿recuerdas a “la que fue perdida”?, ¿recuerdas a “Justicia”?

Azael frunció el ceño en signo de desconfiada interrogación y lo miró expectante. Aquello no era posible, era inconcebible; no tenía sentido que Samael supiera donde estaba “Justicia”, pues sólamente había existido una espada forjada por la divinidad misma, nacida de su propia esencia, aquella que correspondía al alto mando de las legiones celestiales. Su poder era tan alto que el Padre advirtió de su uso a Samael, quien de forma muy prudente la mantuvo siempre envainada y fuera del alcance de cualquiera. Cuando la espada primordial era desenvainada, a su alrededor se detenía el tiempo.

En su lugar, Samael había forjado su propia arma, una bellísima espada en la que había puesto su corazón y toda su sabiduría, una forja que le había llevado más de tres mil años. El triste día de la batalla, el Padre mismo prohibió a Samael usar a “Justicia” y este luchó blandiendo a “Castigo”. Tras la derrota de su alma gemela, Azael se convirtió en el portador de la llama azul, como le correspondía por ser el nuevo alto mando. Desde entonces nunca nadie supo que había sido de “Justicia”, pues se creía, y con muchos fundamentos que la propia divinidad había vuelto a custodiar el arma que forjara.

Samael repitió el gesto del joven y llevó su mano derecha a su cadera izquierda, tomó aire, agarró fuertemente la nada y tiró. Y poco a poco fue surgiendo una forma negra y brillante, una empuñadura casi gemela a la de “Castigo”. Tras ella y entre extraños susurros de graves voces imposibles fue apareciendo una hoja ígnea de llamas doradas, rojas y anaranjadas que se retorcían y mecían como si las agitara una brisa inexistente.

El viento se detuvo y con él la hierba, las nubes no avanzan por el cielo, un cielo en el que los murciélagos habían quedado petrificados en mitad de su vuelo y la enésima gota de agua quedó suspendida a medio camino de estrellarse contra el charco de la cripta. El tiempo se había detenido. Cuando la hoja estuvo totalmente desenvainada su luz iluminó toda la bóveda y con una rapidez asombrosa las llamas de la hoja subieron por la mano del caído.

No bien hubieron tocado la manga de su sucio atuendo se extendieron por todo el, de forma que Samael quedó en el centro de un remolino ígneo que parecía iba a devorarlo pues las llamas giraban con gran violencia entre susurros siniestros; las había incluso que caían al suelo cual si fueran gotas de metal líquido salpicando chispas a su alrededor. 

martes, 21 de octubre de 2014

La clave de bóveda 1/7

Hoy toca relato. Relato largo. Tan largo que lo voy a subir por capítulos. Serán en total siete entradas.

Este relato lo escribí en enero de 2007 entre un sábado y un domingo para intentar conservar un sueño muy extraño que tuve el viernes anterior. Está basado en un 80% en aquel sueño y trata sobre muchas cosas, dolor, venganza, sacrificio, teología, magia, desarraigo...

Tiene evidentes carencias tanto de estilo, porque no he querido retocarlo desde que lo escribí (es una cápsula del tiempo) como argumentales, porque es un sueño y ahí se planifican poco las cosas, se sueña y ya está, de manera espero que sepas disculpar sus muchas faltas y quedarte con sus virtudes, que también las tiene.

Aquel sueño, como todo sueño que se precie, era en primera persona, cosa que no ocurre en el relato por evidentes necesidades narrativas, de manera que cuando lo leas entenderás lo poco grato que es soñar que se es quien se era en el sueño (aunque... también su punto).

Tal vez la parte más complicada fue la acronía, escribir sin que ningún elemento de lo narrado pueda dar una pista del momento histórico en que desarrolla la acción, de tal forma que bien podría ser en el S.V a.C. o en 2013, porque tal como soñe, no había pista alguna para fechar el momento, era intemporal.. Y eso, pareciendo fácil, no lo es porque el teclado se te va y sujetarlo tiene su peluseo.

Bueno pues nada, aquí os dejo la primera parte de "La clave de bóveda".








¡Oh vosotros que pasáis,
y el extremo a que he llegado
por dicha no imagináis,
vuestro paso apresurado
tened, porque me veáis!

De vuestra lástima fío
que, si con el Océano
 no puede medirse un río,
digáis que dolor humano
no puede igualarse al mío.


Joao Pinto Delgado
(1580-1653)



I

GVERRA

De lejos el pueblo parecía tan oscuro como boca de lobo. En sus calles no se oía nada. Ni risas, ni conversaciones, ni música, ni siquiera el viento. En mitad de aquella noche de invierno, con una luna en cuarto creciente que daba a todo una mínima luz azulada y jirones de nubes que a ratos ocultaban las estrellas, la tristeza se dejaba sentir como una ropa de plomo. Aquellas calles, los edificios y los árboles rezumaban la esencia de la tristeza, tal si se tratara de uno de los humores viscosos de los que hablaban los antiguos y que lo contagiaba todo. Era una pátina de dolor colectivo que todo lo cubría de una forma homogénea, el ambiente era lúgubre, melancólico, nocivo. La neblina que caía desde la colina cercana no tardaría en llegar hasta aquel pueblo, construido cercano al viejo santuario donde hacía milenios se rindió culto a una divinidad ya olvidada. Todo era tristeza, todo era silencio, nada quedaba de lo que el pintoresco pueblecito había sido hacía tan solo un par de semanas.

El soldado avanzó despacio por la calle en dirección a la plaza del pueblo. Siempre le había gustado aquel lugar. Era un espacio circular al que se asomaban viejas casas de piedra como de piedra era su suelo y un anillo en el centro a modo de banco en el que se podían sentar unas cuarenta personas, que rodeaba la base de un roble colosal. El soldado iba sorteando cascotes y fragmentos de fachadas derruidas. Los escombros cubrían la calzada y hacían difícil el tránsito hacia cualquier destino. Los cadáveres salpicaban las calles y empozoñaban el aire con una hediondez insoportable. Paseaba observando el paisaje que los suyos habían dejado tras de sí hacía tan poco tiempo cuando divisó el árbol. Sólamente la mitad de su gigantesca copa estaba intacta pues la otra estaba calcinada, y de una rama a media altura, como un espantapájaros macabro y grotesco pendía lo que en otro momento fue un hombre, ahora inmóvil, sucio y medio pútrido. Tal parecía el estandarte de la muerte. El soldado llevaba en solitario apenas una semana desde que había abandonado a su grupo al presentir que en algún lugar lejano, los mismos que la iniciaron habían decretado el fin de la guerra. Lo que pasara luego con su grupo y con el ejército entero, los civiles y el enemigo ya no le interesaba, la política nunca le había atraído, él solo acudía a las campañas para perfumarse con el aroma de la muerte como un sahumerio tétrico, un aroma que cubría como un sudario aquel viejo pueblecito. El soldado miró al ahorcado y recordó algo, de otra parte, de otro tiempo, de otra guerra, y un asomo de sonrisa triste le vino a la cara; recordaba el Este, donde había nacido, siempre le había gustado el Este, donde cosechó muchos triunfos en sus primeros tiempos. Había abandonado el ejército porque sabía que lo buscaban; comenzaría pronto una guerra privada aún más importante que ésta, en la que las naciones más poderosas habían exterminado a la flor y nata de la sangre propia con tal de verter la de la ajena. Sus enemigos habían decidido lanzar una ofensiva sobre él y necesitaba estar solo para poder hacerles frente, sería una lucha sin cuartel y había estado preparándose durante esta última semana para su batalla particular.

Con el Este en la cabeza miró al Este y a lo lejos, donde nadie podría haber visto nada, el soldado divisó una forma semienterrada apenas inerte y se dirigió hacia ella. Al llegar junto la misma ya sabía lo que iba a encontrar; era media mujer, con la espalda recostada de lado en la pared, la cabeza caída, los labios resecos, los brazos sucios y llenos de heridas, como la frente, y unos harapos que tal vez fueran blancos en mejores tiempos y que ahora eran de un color indefinido, que dejaban al aire un pecho grande y lacerado. La mitad inferior de aquella desgraciada desaparecía bajo una montaña de escombros fruto del derrumbe del voladizo del tejado del edificio sobre el que se apoyaba, unos escombros que despedían un olor nauseabundo mezcla de putrefacción, orines, heces y algo más que no alcanzaba a identificar. Inexplicablemente seguía viva tras lo que parecían muchas horas en aquel estado. Lentamente entreabrió los ojos y el soldado observó con curiosidad lo que expresaban; tristeza, pena, melancolía y sobre todo un intenso dolor, tanto físico como espiritual. Finalmente, costándole lo que parecía un esfuerzo sobrehumano, habló. Apenas un susurro.

– ¿Quién … ?. - Dijo alzando ligeramente la cabeza.

Trató de decir algo más, pero aunque los labios se movían ningún sonido salía de su boca. El soldado se arrodilló. Enderezó a la mujer sobre su espalda y le quitó algunas piedras del abdomen para mejorar su respiración. Luego empapó un trapo cercano en un charco apestoso con restos de agua embarrada y se lo acercó a los labios. La moribunda chupó el trapo con toda la avidez que su estado lamentable le permitía. Tras unos minutos repitiendo esta operación, la desgraciada parecía haber recuperado parte de sus fuerzas y al fin pudo hablar, lentamente, entre bocanadas de aire.

– Gracias. Es usted la primera persona que veo desde hace tres días. Me empezaba a preguntar … Mi esposo y yo conseguimos con muchas penas sobrevivir al saqueo que el ejército hizo en este pueblo ahora muerto; luego vinieron el acoso, las violaciones y por último la matanza de los vecinos y la destrucción y la quema de los edificios. Hasta dos días después de que se marcharan no conseguimos salir del incómodo y sucio lugar en que nos habíamos refugiado. Luego …

Hizo un pausa, larga, respiró varias veces y pidió mas agua, o lo que fuera que mojaba el trapo. El soldado atendió solícito sus requerimientos y se dispuso a escuchar de nuevo.

– Subíamos la calle cuando este maldito tejado se nos vino encima. A mí, la lluvia de cascotes me cogió de lado pero se cebó con el cuerpo de mi esposo, que murió casi al instante. Me he roto las dos piernas, llevo varios días sin comer, sin beber, apenas sin respirar. - En este momento la desdichada fue presa del más hondo terror y exclamó - ¡Por el amor de Dios, él ahora mismo yace bajo este montón de restos y aún noto como su mano está posada sobre mi tobillo! - Con los ojos húmedos y la voz temblorosa, como un niño muerto de miedo en mitad de la oscuridad de su habitación, susurró - Y lo peor es que ellos lo saben. Desde hace tres, cada noche vienen e intentan llegar hasta el cadáver. Los oigo al otro lado de la escombrera arañando tierra y piedras tratando de llegar hasta él para atracarse con su carne muerta, pues el resto de cadáveres ya están más que podridos. Yo les he tirado todo lo que teniendo a mano podía levantar, pero cuando notan que me faltan las fuerzas se acercan y me lanzan dentelladas con sus colmillos húmedos. Ya me han herido las manos y los brazos. Hoy volverán y sé que no tendré fuerzas para defenderme. - En este punto abrió los ojos y bajó aún más la voz. - Esta noche volverán, no sobreviviré.

Se quedó callada. Tomó aire de nuevo y el soldado percibió que rebuscaba en su maltrecho interior las palabras justas para no parecer una perturbada.

– Afortunadamente la providencia le ha puesto en mi camino. No, no se equivoque no quiero que me saque de aquí. Sería una ilusión estúpida el creer que llegaría lejos, y me convertiría en una lisiada carga para usted. Necesito paz; ahora mismo no tengo vida, solo tengo una existencia bastante miserable que se apaga lentamente, y he pensado que quizás usted podría remediar. Le ruego que me mate. Le ruego que me libere de estas sucias cadenas que me atan a un cuerpo medio muerto y al cadáver de lo que fue mi esposo. - Mientras hablaba había empezado a sollozar y ahora lloraba de forma abierta, torciendo el gesto y arrugando las facciones de forma que la imagen que ofrecía era aún más patética. - Debe usted comprenderme. Esta es una situación insoportable no solamente por saberme yaciendo atrapada sin remedio junto a los despojos de lo que fue la luz de mis días, sino por el pánico al dolor, me atormenta hasta el límite el dolor de mis piernas, mis pulmones están encharcados, apenas puedo alzar los brazos. Cuando esta noche vuelvan, me abrirán el pecho y me devorarán viva.

El soldado presionó su labio inferior contra el superior en gesto de comprensión y se levantó mientras la desdichada seguía llorando con la cabeza inclinada sobre el pecho y los brazos extendidos con las palmas hacia arriba, en gesto de súplica.

Fue entonces cuando se volvió hacia la plaza y observó de nuevo el gran árbol. El ahorcado seguía allí, como inerte testigo a distancia de aquella conversación. Volvió a mirar a la pobre mujer. Ya sabía lo que iba a hacer pero quería que ella se diera cuenta por sí misma, de modo que la miró fíjamente a los ojos y esbozó una media sonrisa. Al principio, ella parecía no entender, pero poco a poco su rostro se fue pintando de miedo, desazón, inquietud, espanto e incredulidad.

– Pero … no puede ser. Acaso … - susurró – ¿Cómo es posible?. ¡Por el amor de Dios!, ¿acaso no se da cuenta de a lo que me condena?. – En ese mismo instante el soldado se giró y comenzó a caminar en dirección a la plaza. - ¡No lo haga, por piedad, vuelva, no me deje!, ¡no!, ¡no!, ¡no!.

Atrás quedaba aquella pobre diabla y su triste historia. A pesar de los gritos de ayuda que le seguía lanzando, el soldado no retrocedió, siguió adelante. Había visto cosas como estas demasiadas veces, nunca le habían impresionado. Una vez llegado al árbol se volvió. Dio un potente silbido que solapó los gritos de la condenada y todo quedó en silencio. No bien habían pasado unos instantes cuando observó cómo desde detrás de una esquina dos perros cual siniestras sombras se acercaban cautelosa y silenciosamente. Al principio no se le acercaron mucho y se dedicaron a dar vueltas en derredor del soldado, escrutando su figura, pero poco a poco llegaron hasta sus piernas y sentaron sus cuartos traseros en el suelo. Él se les quedó mirando. Se agachó y acariciando a ambos tras las orejas les susurró algo, e inmediatamente partieron hacia el montón de escombros con trote decidido. El soldado supo entonces que la mujer no tendría una muerte rápida. Pero no le importó, era su naturaleza. “Yo soy la clave de bóveda”, pensó.

Cuando llegaron hasta ella, el militar se giró y marchó hacia la calle que conducía al viejo santuario. A sus espaldas oyó unos tímidos sollozos que fueron creciendo hasta convertirse en gritos desquiciados que ya no eran ni de miedo, ni de auxilio, ni de tristeza, sino simplemente el sonido del dolor más lacerante y el abandono absoluto mezclados con los guturales sonidos de las alimañas que destrozaban aún viva aquella carne condenada. Un flanco se abre, los huesos se quiebran, una masa blanda se descuelga, líquido que se derrama y un brazo al que sólo le queda de brazo el nombre.


Sólamente fueron unos instantes y enseguida el silencio volvió a adueñarse de aquel pueblo muerto. El soldado prosiguió caminando, y al llegar a la altura del ahorcado, sin siquiera mirarlo, juntó índice y corazón de la mano izquierda, empujó la rodilla del pelele y este comenzó a dar vueltas de forma rítmica y patética, mientras el soldado pasaba de largo hacia la calle que moría en el santuario. 

viernes, 10 de octubre de 2014

Aliens, ébolas, confetis y una certeza.



Si un extraterrestre viniera a España (que estaría gracioso) y nos hubiera observado durante la última semana probablemente pensaría algo como esto:

qaStaH nuq? jIyajbe', Heghlu'meH QaQ jajvam

que para quien no lea klingon básicamente es

“¿Qué coño pasa aquí? no entiendo nada pero da igual, hoy es un buen día para morir”


Y acto seguido nos exterminarían con sus torpedos fotónicos. Y no tendríamos derecho a quejarnos porque lo de este país durante los últimos siete días ha sido un carajal de talla notable.


El ébola ya no es una amenaza lejana que vemos por la tele arrasando países que la mayoría de la gente no sabría ubicar en el mapa ni a la tercera. Nop. Está aquí, lo tenemos seguro en un hospital de la capital y quién sabe si por ahí habrá más casos incubándose en cuerpos ajenos al proceso. En cualquier caso eso es algo que se revelará cierto o no en breves fechas.







Tenemos un presidente del gobierno desaparecido en combate, bueno no, de vez en cuando aparece a dar una rueda en un plasma, ¡que salao es el jodío! Pero seamos justos, hoy mismo, viernes a mediodía, ha dado en la puerta del Carlos III una rueda de prensa en la que… perdón, disculpas, no era rueda de prensa sino comunicado oficial, lo que básicamente viene siendo convocar a todos los medios para que difundan tu mensaje de propaganda sin permitirles hacerte preguntas, que todos sabemos que las preguntas las carga el Diablo y en el fondo la curiosidad mató al gato. En cualquier caso, Rajoy puede ir con la cabeza bien alta porque en Milán, “sus colegas” ya le han dicho que lo está haciendo de puta madre y que es un crack de lo suyo, que es lo que cuenta. Por si fuera poco, le ha endiñado el marrón de supervisar todo esto a la pobre Soraya, la vicepresidenta. Porque como es un asunto menor bien puede hacerlo ella y es que se rumorea que este finde en Eurosport tienen una programación de lo más entretenida, todos sabemos lo que le mola el deporte a nuestro presi.







Tenemos una ministra de Sanidad que está hasta el cuello de mierda por casos de corrupción y que se ha revelado de una incompetencia tan colosal que más parece un personaje de ciencia ficción mala que la gestora de, nada menos, la sanidad pública de un país de casi cincuenta millones de personas. Eso si, de confeti la tipa entiende que es un gusto.







Tenemos un consejero de Sanidad de Madrid tan sobrao y tan inútil casi, casi, casi como la ministra. Este tipo, que según dice es médico, tiene en contra a todos los médicos que han hablado del tema pero no pasa nada, si tiene que dimitir ya sabemos que tiene la vida resuelta y el bolsillo lleno.


Tenemos una prensa conservadora que ensalza, y con razón, la figura de un misionero que dedicó su vida a ayudar a los que no podían ayudarse a sí mismos y al mismo tiempo critican hasta la náusea a una enfermera que se ofreció voluntariamente para atender a alguien que lo necesitaba, si, el misionero, y a resultas de aquello ha quedado contagiada. ¡Pero oiga!, es que la tía era una torpe y ya se sabe, en el pecado lleva la penitencia (#mandacojones)


Tenemos una población enloquecida e hipermovilizada por un perro. Y seamos francos, en todo este asunto hay cosas más graves por las que movilizarse que por el sacrificio gratuito de un animal, aunque a esto no le quito la importancia que tiene, solo la reubico en su sitio. El pobre animal se ha ido al otro barrio sin sentir ni padecer porque aún desconocemos si estaba infectado, en cuyo caso debería haber sido estudiado por ver que revelaba en lugar de sacrificarlo. Pero bueno, esto es España y eso sería hacer bien las cosas, líbrenos el Señor de acertar alguna vez.







Y finalmente tenemos una Sociedad Española de Virología, gente muy preparada y conocedora como poca realmente de todo lo que se está hablando que aún no ha sido no ya consultada, sino siquiera convocada a dar consejo. Su presidente ha dicho esta mañana que ha llamado al ministerio y se ha ofrecido, pero que le han contestado que le agradecen el gesto y que “lo tendrán en cuenta” o.O

Yo no estoy preocupado, confío en el personal sanitario español con fe ciega y sé que esto no tiene pinta de ir mucho más allá. Confío también aunque algo menos, en la gente, en que sepan mantener la calma y sean lo suficientemente maduros para dar a cada cosa su valor, los aciertos que haya y los errores, que son muchos, que se estén produciendo en este asunto.

En quien no confío nada es en los políticos que tenemos, por miserables, cínicos, mediocres, ausentes, incapaces, egoístas, traidores y espantados.

Para acabar, todo esto me ha recordado un soneto que tiene ya sus buenos cuatrocientos años pero que describe a la perfección lo que ha de venir. Llegará el tiempo de dar explicaciones pero no digo ya a la ciudadanía sino a un tribunal mucho más severo, la Historia, que juzga de forma terrible y pone a cada cual en la casilla que le toca. Y me da a mi que se en qué casilla va  a meter a toda esta fauna.

Aquí tenéis la incertidumbre y el desasosiego ante un juicio. Aquí tenéis el Barroco hecho palabra.

Fray Miguel de Guevara
(c.1585-c.1646)

Pídeme de mí mismo el tiempo cuenta;
si a darla voy, la cuenta pide tiempo:
que quien gastó sin cuenta tanto tiempo,
¿cómo dará, sin tiempo, tanta cuenta?

Tomar no quiere el tiempo tiempo en cuenta,
porque la cuenta no se hizo en tiempo;
que el tiempo recibiera en cuenta tiempo
si en la cuenta del tiempo hubiera cuenta.

¿Qué cuenta ha de bastar a tanto tiempo?
¿Qué tiempo ha de bastar a tanta cuenta?
Que quien sin cuenta vive, está sin tiempo.

Estoy sin tener tiempo y sin dar cuenta,
sabiendo que he de dar cuenta del tiempo
y ha de llegar el tiempo de la cuenta.




viernes, 3 de octubre de 2014

Corruptio: nihil novum sub sole



El último caso de las tarjetas opacas de las que durante años los consejeros de Bankia han venido haciendo un uso obsceno es un suma y sigue en la situación de este país, un país que ya es casi indistinguible de la mierda que contiene. Pero es que da lo mismo que mires a donde mires, tienes los ERE´s en Andalucía gracias al PSOE, tienes la Gürtel en Madrid y Valencia gracias al PP, tienes el 3% y a Pujol gracias a CiU en Cataluña....

Pero es que hay más, está la corrupción urbanística en Galicia, están los sindicatos de porquería hasta el cuello en varios lugares de España, está la Iglesia aprovechando resquicios legales para cosas tan peregrinas como inscribirse bienes de valor incalculable en los registros, a unos precios bastante inferiores a los que a cualquiera le costaría inscribir su casa, tienes las cajas de ahorro que han sido durante años la cueva de Alí Babá, tienes los altos cargos de la judicatura tan politizados que solo les falta la escarapela con el logo del partido... tienes... tienes... tienes... si, seguramente tienes ganas de vomitar, porque total, apuntes donde apuntes es imposible manchar nada más de lo que ya lo está.

Pero vamos a no engañarnos. Todo esto no es nuevo y como el meme de Julio Iglesias, lo sabes. En este país se ha venido robando desde tan antiguo que sorprende que aún quede una sola persona que se dedique a la cosa pública que sea medio decente. Y como muestra solo daré un botón, que si bien puede no ser definitorio si que será al menos ilustrativo.







Yo he tenido la suerte de estudiar una carrera interesante, Historia, que me ha puesto delante de los ojos una gran variedad de comportamientos que se repiten cíclicamente en todos los periodos y regiones del mundo. Así, he podido ver la épica, la deshonra, el valor, la mediocridad, la valía y el miedo de muchas maneras distintas pero en el fondo, iguales.

Pero es que además tuve la inmensa suerte de estudiar Historia en Sevilla. Cuando estaba en 4º y durante una temporada, aproveché algunas clases que no me interesaban nada (hoy sigo sin arrepentirme) para llegarme al Archivo General de Indias que estaba muy cerca de la facultad. Allí, entre otras cosas que no vienen al caso, dí casi por casualidad con un legajo del siglo XVII en el que se narraban las dificultades de un emprendedor de la época. Vereis como la historia os resulta... familiar.

La cosa es que este hombre marchó a las posesiones españolas en el Caribe y decidió que allí iba a montar una empresa para la cría de ostras para la obtención de perlas. El tocho de texto que abarcaba más de cincuenta páginas era un rosario de quejas, llantos, desesperación y abatimiento hecho papel, pues a lo largo de todas esas páginas se narraban las dificultades de aquel hombre.

Con una pormenorización que aún hoy sonrojaría hasta a un político, el escribano nos iba contando todo a lo que este hombre hubo de enfrentarse. Mordidas de los funcionarios de aduana, sobreprecios en los los permisos necesarios, papeleo, retrasos intencionados provocados por intereses de competidores bien posicionados, un cura corrupto que también quería lo suyo, marineros de la flota de Indias que no iban a ser menos, untamiento preceptivo a las autoridades judiciales, el ejército, el alcalde...

Lo cierto es que como el legajo era la instrucción de la causa, desconozco el fin de la historia pero bien puedo hacerme una idea de lo que pasaría. Todos esos políticos y gestores de lo público cobrarían su parte hasta que la solvencia de aquel hombre diera para ello y una vez asentado, él mismo se pasaría al lado oscuro para hacer con el recién llegado lo sufrido en sus propias carnes apenas unas fechas antes y así al menos, recuperar parte de lo gastado y no ingresado de forma limpia.







En fin, con todo esto lo que quiero hacer ver es que la corrupción política no es algo nuevo para nosotros. En España estamos alcanzando cotas de corrupción tan elevadas que no creo que se pueda hablar de algo coyuntural, creo que se ha convertido en algo estructural de esta sociedad y sus "representantes". Cada día nos parecemos más a la España del siglo XVII, la del Barroco, una administración y burocracia que estaban no ya corruptas, sino abyectamente podridas hasta el mismísimo tuétano.

En una próxima ocasión tal vez os cuente la historia de Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, I Duque de Lerma (1553-1625), uno de los personajes más corruptos e inteligentes que ha tenido España y que por lo primero (que no por lo segundo) no desentonaría entre nuestras clase política y gestora en pleno siglo XXI.

Hoy en día miro a mis hijas a los ojos y me da una pena infinita por ellas que tengan el país que tienen y en el que van a crecer. Por eso voy a intentar inculcarles que se esfuercen, que estudien y espabilen, que aprovechen todo lo bueno que haya aquí para que cuando llegue la hora puedan marcharse a otro país y devolver allí, a otra sociedad, todo lo que hayan recibido de la nuestra, una sociedad y un país que si merezca lo que un país merece.

Hace muchos años me dijeron que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece.

Nunca he estado de acuerdo con esa frase.

Ya no estoy seguro.















lunes, 29 de septiembre de 2014

Microrrelato

C estaba contenta.

Por primera vez en años estaba contenta, en serio, de verdad.


Había pasado unos cinco últimos años muy jodidos. Su padre había muerto de cirrosis hacía tres años, poco después de perder el trabajo. Luego lo perdió su madre y los ahorros de casa empezaron a desplomarse a un ritmo muy poco recomendable. Finalmente se terminaron y C hubo de buscarse otro trabajo tan penoso como el que ya tenía para poder pagarse la carrera. Era buena en lo suyo. Era muy buena. Ya fuera limpiando los apestosos baños del centro comercial de segunda que tenía cerca de casa como sacando adelante una complicada carrera superior, con un expediente que pintaría la envidia en la cara hasta del más sobrado. Era buena en lo suyo.

Por todo ello tenía poco tiempo, menos amigas y aún menos relaciones. Nada más allá de un besuqueo alguna noche de copas hasta que conoció a J, que a la postre y tras el enamoramiento resultó ser un animal violento y desagradable que la trataba como a una basura. Le costó romper con él, por miedo a la soledad y por miedo a su reacción pero finalmente consiguió extirparlo de su vida.

Lo que nunca supo es que no fue victoria suya, sino que J durante el final de su relación llevaba otra paralela con una muchacha que se dejaba tratar incluso peor que C por lo que la ruptura no le importó apenas nada. Años más tarde esta muchacha aparecería en los periódicos como una víctima más de la macabra lista de la violencia machista.

Pero las cosas empezaron a cambiar. Su madre encontró un trabajo de media jornada, con unas condiciones que de puro milagro eran el mínimo por encima de la esclavitud, por la misma época en que C terminó la carrera. Su expediente y su capacidad habían sido ampliamente comentados en la facultad y en el mundillo era algo conocida. Varias empresas se la rifaban hasta tal punto que una de ellas le puso delante un contrato redactado con un solo hueco en blanco, el del salario, que le dejaron ponérselo a ella misma. C rellenó la casilla y temerosa de que se hubiera colado al menos un pueblo se la mostró al director de recursos humanos. Pero éste no solo no elevó protesta alguna, sino que sonrió de manera cómplice y le susurró por lo bajo "has hecho muy bien, esta gente tiene de sobra".

De manera que C estrenaba vida. En tan solo ocho meses había liquidado todas las deudas de la casa y se habían mudado a otra en un barrio de verdad. Estrenaba ropa casi todas las semanas, tenía uno de esos móviles que la gente mira de reojo, había retomado sus antiguas y escasas amistades y encima tenía el reconocimiento y el agradecimiento de sus superiores en la empresa.

Pero aquel día C estaba mucho más contenta porque desde hacía un par de semanas venía chateando con un muchacho estupendo, M. Aquel día habían quedado, por fin, en conocerse. El tipo era amable, cariñoso, educado y de conversación interesante. Habían quedado en ir a cenar a un restaurante de una zona de la ciudad que volvía a estar de moda tras haber estado muy deprimida en la década anterior. Era la guinda del pastel a su nueva vida, tal vez incluso, quien sabe, aquello podría germinar en relación seria.

Se duchó, se arregló y salió a la calle caminando con una seguridad y firmeza que solo pueden dar el control absoluto de la vida, saber que toda tu vida depende de tí misma. Y ella era muy buena, nada que temer del futuro. Tomó un taxi, dió la dirección al chófer y se arrellanó en el asiento con el móvil en las manos mirando por la ventana como la ligera lluvia y la luz naranja de las farolas vestían la noche.Y se sintió feliz.


Mientras C se duchaba, M, en su sucio y apestoso piso afilaba con la mirada perdida una extraña cuchilla de forma curva que no anunciaba más que dolor y muerte. La bestia del Trastevere le apodaba la prensa, un pervertido sexual que ya había torturado, mutilado y asesinado a cuatro mujeres en un año. La bestia del Trastévere...

Que sabrían ellos.