Por primera vez en años estaba contenta, en serio, de verdad.
Había pasado unos cinco últimos años muy jodidos. Su padre había muerto de cirrosis hacía tres años, poco después de perder el trabajo. Luego lo perdió su madre y los ahorros de casa empezaron a desplomarse a un ritmo muy poco recomendable. Finalmente se terminaron y C hubo de buscarse otro trabajo tan penoso como el que ya tenía para poder pagarse la carrera. Era buena en lo suyo. Era muy buena. Ya fuera limpiando los apestosos baños del centro comercial de segunda que tenía cerca de casa como sacando adelante una complicada carrera superior, con un expediente que pintaría la envidia en la cara hasta del más sobrado. Era buena en lo suyo.
Por todo ello tenía poco tiempo, menos amigas y aún menos relaciones. Nada más allá de un besuqueo alguna noche de copas hasta que conoció a J, que a la postre y tras el enamoramiento resultó ser un animal violento y desagradable que la trataba como a una basura. Le costó romper con él, por miedo a la soledad y por miedo a su reacción pero finalmente consiguió extirparlo de su vida.
Lo que nunca supo es que no fue victoria suya, sino que J durante el final de su relación llevaba otra paralela con una muchacha que se dejaba tratar incluso peor que C por lo que la ruptura no le importó apenas nada. Años más tarde esta muchacha aparecería en los periódicos como una víctima más de la macabra lista de la violencia machista.
Pero las cosas empezaron a cambiar. Su madre encontró un trabajo de media jornada, con unas condiciones que de puro milagro eran el mínimo por encima de la esclavitud, por la misma época en que C terminó la carrera. Su expediente y su capacidad habían sido ampliamente comentados en la facultad y en el mundillo era algo conocida. Varias empresas se la rifaban hasta tal punto que una de ellas le puso delante un contrato redactado con un solo hueco en blanco, el del salario, que le dejaron ponérselo a ella misma. C rellenó la casilla y temerosa de que se hubiera colado al menos un pueblo se la mostró al director de recursos humanos. Pero éste no solo no elevó protesta alguna, sino que sonrió de manera cómplice y le susurró por lo bajo "has hecho muy bien, esta gente tiene de sobra".
De manera que C estrenaba vida. En tan solo ocho meses había liquidado todas las deudas de la casa y se habían mudado a otra en un barrio de verdad. Estrenaba ropa casi todas las semanas, tenía uno de esos móviles que la gente mira de reojo, había retomado sus antiguas y escasas amistades y encima tenía el reconocimiento y el agradecimiento de sus superiores en la empresa.
Pero aquel día C estaba mucho más contenta porque desde hacía un par de semanas venía chateando con un muchacho estupendo, M. Aquel día habían quedado, por fin, en conocerse. El tipo era amable, cariñoso, educado y de conversación interesante. Habían quedado en ir a cenar a un restaurante de una zona de la ciudad que volvía a estar de moda tras haber estado muy deprimida en la década anterior. Era la guinda del pastel a su nueva vida, tal vez incluso, quien sabe, aquello podría germinar en relación seria.
Se duchó, se arregló y salió a la calle caminando con una seguridad y firmeza que solo pueden dar el control absoluto de la vida, saber que toda tu vida depende de tí misma. Y ella era muy buena, nada que temer del futuro. Tomó un taxi, dió la dirección al chófer y se arrellanó en el asiento con el móvil en las manos mirando por la ventana como la ligera lluvia y la luz naranja de las farolas vestían la noche.Y se sintió feliz.
Mientras C se duchaba, M, en su sucio y apestoso piso afilaba con la mirada perdida una extraña cuchilla de forma curva que no anunciaba más que dolor y muerte. La bestia del Trastevere le apodaba la prensa, un pervertido sexual que ya había torturado, mutilado y asesinado a cuatro mujeres en un año. La bestia del Trastévere...
Que sabrían ellos.




